sábado, 26 de enero de 2008

25/1 - Buenos Aires se moviliza por otro mundo posible

BUENOS AIRES SE MOVILIZA POR OTRO MUNDO POSIBLE

Las organizaciones parte del Movimiento por la Soberanía y la Integración
de los Pueblos (MoSIP), capítulo argentino de la Alianza Social
Continental, se movilizaron el viernes 25 de enero en adhesión a las
Jornadas de Acción Global contra el Imperialismo y el Neoliberalismo.

Bajo un cielo nublado, pero que por minutos asomaba el sol, en el
centro financiero de la ciudad porteña, frente a la sucursal central
del Bank Boston y a una cuadra de Plaza de Mayo, donde al mismo tiempo
el Presidente Evo Morales visitaba la Casa de Gobierno, organizaciones y
movimientos sociales, grupos feministas, de mujeres y de derechos humanos,
se movilizaron en adhesión el marco de las Jornadas de Acción Global.

Entre las organizaciones presentes se encontraban ATTAC, Diálogo
2000, la Central de Trabajadores de Argentina (CTA), el Movimiento
por la Paz y la Soberanía (Mopassol), la Federación Judicial Argentina,
Jubileo Sur/Américas y la Red contra la Trata, entre otras, quienes
hicieron un especial llamado de solidaridad con el pueblo boliviano,
frente a los continuos ataques del Imperialismo y de sectores bolivianos
renuentes a perder sus privilegios. Se destacó además el apoyo a las
decisiones del gobierno boliviano de recuperar la soberanía sobre los
recursos naturales y de retirarse del CIADI.

Al respecto, Rina Bertaccini, co-presidenta del Consejo Mundial de la
Paz, manifestó: "estamos expresando nuestra solidaridad con el pueblo
de Bolivia porque sufre los continuos embates de fuerzas racistas y
fascistas instigadas desde Washington". Julio Gambina, economista de
ATTAC, sostuvo "que en América Latina ese otro mundo posible, supone
terminar con el flagelo de la deuda externa, los tratados de libre
comercio y los tratados bilaterales de inversión".

Mientras diversos activistas dialogaban y llamaban a los transeúntes a
informarse y participar de la radio abierta que tenía lugar con
dirigentes sociales que daban cuenta no solo de las demandas sino
también de las propuestas de alternativas por ese otro mundo posible.
Gladys Jarazo de Diálogo 2000 e integrante de Jubileo Sur/Américas,
afirmó que "no solo estamos acá para denunciar las consecuencias del
neoliberalismo, sino también para seguir resistiendo y avanzar en la
construcción de alternativas". Y resaltó la importancia de apoyar la
Auditoría Integral de la Deuda iniciada por el gobierno de Ecuador y
participar en las discusiones sobre el Banco del Sur, "para que sea un
banco al servicio de las necesidades y los derechos de los pueblos".

Finalmente el grupo de teatro callejero Al Borde dio color a esta
jornada interpretando una sarcástica parodia de la reunión que se
estaba llevando adelante en Davos, Suiza, donde las empresas
multinacionales en complicidad con los gobiernos que tienen el manejo
del poder económico mundial oprimen y violan los derechos de los
pueblos.

Al grito de "pan, trabajo: Davos al carajo" finalizó la jornada, que
continuará el 26 de enero con acciones en otras partes del país y sobre
todo, un abrazo solidario en la frontera con Bolivia que se extenderá
desde La Quiaca hasta Aguas Blancas.

lunes, 21 de enero de 2008

Debate 1 (aporte 2): La Teoría Política como Teoría Social. Un enfoque interdisciplinario como sustento de una perspectiva materialista.

Por Rodolfo Gómez


Ponencia presentada en el VIII° Congreso de Ciencia Política -SAAP-, noviembre de 2007.


Introducción

Una vieja discusión dentro del campo de las ciencias sociales fue aquella sobre las constituciones –en plural- de los “objetos de estudio” de las diferentes disciplinas.

El marco histórico que aparece “de fondo” –como bien lo plantea Eliseo Verón en el primer capítulo de “La semiosis social”- a estas discusiones constitutivas de esos “objetos” fue el intento positivista de discusión frente a concepciones filosóficas previas entendidas como “metafísicas”.

En el caso de Comte, “fundador” de la “Filosofía Positiva”, esto significó la articulación de los objetos de las diferentes disciplinas en un continuum del “conocimiento acumulado” en torno a un mismo método, el observacional.

Sin embargo, más allá de esto, encontramos aquí una previa diferenciación disciplinaria, o por lo menos, un intento de plantear diferenciados objetos de estudio que respondiesen a procesos simultáneos de diferenciación de esferas sociales.

Por supuesto, también a estos procesos respondió la filosofía contemporánea (desde Kant, pasando por Schelling, Fichte y Hegel), pero desde el punto de vista de un “sistema” totalizador, contra el que precisamente luchaban los positivistas al considerarlo fuertemente metafísico (en muchos casos –desde nuestro punto de vista- desde otra concepción “totalizante”, aunque no se reconociese como tal y aunque hablemos de “totalización” pero en otro sentido).

Ahora bien, desde el punto de vista que los positivistas consideraban “totalizador”, aunque también desde un punto de partida “antimetafísico” y “antiidealista” (igual que los positivistas), Marx discutía precisamente con esta pretendida “autonomización” de los “objetos de estudio”.

Por supuesto, el interés de Marx no era un interés epistemológico (y esto más allá de cierta “herencia epistemológica” que acarrea un marxismo que en el marco de la crisis económica encuentra una posibilidad de supervivencia en los ámbitos académicos) que podríamos denominar como “propiamente positivista”, sino un interés en términos de un conocimiento de tipo “emancipatorio” (tal como Habermas lo denomina), social, político, económico, “antropológico”, filosófico, histórico.

Es decir, el interés de Marx es en términos de una teoría del conocimiento antes que en una epistemología, porque el interés “cognoscitivo” de Marx es la elaboración de una teoría que de cuenta de la sociedad para transformarla, una teoría de la sociedad con serias consecuencias prácticas (cuestión que en el caso de la teoría marxista es casi un hecho histórico irrefutable, por supuesto haciendo la salvedad de que sería idealista la idea que la teoría cambió al mundo) ya que en la misma teoría se reúnen los elementos de la “teoría” y de la “praxis”.

Esta es por supuesto una posición filosófica, pero que no entiende que la filosofía resulta una mera “ciencia verificadora” que opera como una suerte de “rueda de auxilio” de las “ciencias positivas”, esa es justamente la posición epistemológica que ancla en una idea de “conocimiento seguro” y que remite históricamente (por ejemplo en el caso de la Grecia Clásica) a una esfera dela “theorya” sustentada en una “episteme” basada en la observación (de allí justamente la concepción de “conocimiento seguro”). Por el contrario, en Marx la posición filosófica, es decir la concepción en términos de “conocimiento”, articula esto a partir de la reunión de esa esfera con las de la “praxis” (que ya no se sustenta en un “conocimiento seguro” sino en una “phronesis” -“buen juicio”- práctica, que deviene práctica a partir de la “acción” dentro del marco de una “polis”) y de la “poiesis” (que tampoco se sustenta en un “conocimiento seguro” – y observacional- sino en otra forma de “conocimiento” que parte de la “creatividad”). En este punto nos encontramos con tres elementos sobre los que volveremos a posteriori para discutir precisamente la construcción de los objetos de estudio en las ciencias sociales, por un lado nos encontramos con el componente teórico cognoscitivo de la “acción”, por el otro nos encontramos con que ese componente es por cierto “comunicacional” (que otra cosa sino acciones comunicativas se desplegaban en la “polis” articuladas a partir de una “retórica”) y a la vez político (“político” era para Aristóteles aquel ciudadano que participaba de la vida en la polis).

La cuestión, diría Marx, es que el discurso positivista oculta aquello que quiere defender. No sólo que el positivismo es también una filosofía como su “nombre” lo indica (“Filosofía Positiva”), sino que oculta además una ontología, ya que, qué otra cosa es la defensa de la observación sin acción (como método) que la defensa de lo que se ve pero no se transforma, es decir la defensa del status quo.[1]

Para Marx, en cambio, es la acción la que permite el conocimiento. Esto es lo que se desprende de sus escritos y que es expresado en su modo más “crudo” en la onceava tesis contra Feuerbach: “verum factum”, la verdad está en “lo hecho” y no en “el hecho”.

En esta idea de acción, sin embargo, al estar expresada en términos de una relación del acto con el mundo y en el mundo, quedan expuestas las contradicciones mismas de la acción de un sujeto y un cuerpo en una situación histórica determinada. Es decir, cuando se habla de “conocimiento” en estos términos y de “acción” en estos términos no pueden perderse de vista los condicionantes estructurales de la propia acción, ya que el sujeto no es precisamente una “tábula rasa” que actúa libremente.

En principio, podemos decir que a partir de esto es que queda claro que el discurso positivista, que deja lo filosófico fuera del campo científico, parte también de lo filosófico, con lo que queda impugnada la necesidad de circunscribir lo filosófico a lo puramente metafísico o “totalizador” [2]. Esto no sería aplicable por ejemplo a una filosofía materialista histórica que plantee la existencia de contradicciones materiales en una sociedad más allá de lo estrictamente empírico.

Por otro lado, la reducción de la epistemología al único ámbito de la esfera de la teoría, entendida como ciencia, encierra la misma problemática. No se contemplan en el ámbito científico cuestiones esenciales a las ciencias sociales como ser aquellas que refieren a las acciones de los sujetos dentro de las esferas de la moral o del arte, o como ser aquellas que refieren a otras cuestiones “metafísicas” como la libertad y la democracia.

Si a esto le añadimos la concepción empirista que refiere al monismo metodológico, nos encontramos con un verdadero problema, sobre todo para el desarrollo del campo de las ciencias sociales. De aquí la importancia que una autora como Heller le asigna a la filosofía como discurso constitutivo de la esfera de las ciencias sociales, esfera que no puede reducir sus pretensiones de conocimiento verdadero a una única verificación “epistemológica”, ya que esto sería un reduccionismo que deja fuera a otras esferas cuyas reglas de funcionamiento son también pertinentes al campo de las ciencias sociales (nos referimos básicamente a las esferas de la moral y del arte, aunque no solamente a estas).

Situados en esta posición, vemos que aquí el “objeto de estudio” no se autonomiza, esto es, no se “divide” en diversos objetos que “progresan” por separado sino que –por el contrario- para dar cuenta del “objeto” se hace absolutamente necesaria la articulación de diferentes “objetos” relevados por diferentes “disciplinas”; lo que tiene varias consecuencias.

En primer lugar, como es obvio, la “necesidad” de un enfoque interdisciplinario, o –en términos de Bourdieu- “transdisciplinario”. Esta “necesidad” se relaciona con la segunda “consecuencia” de este enfoque, esto es, que lo “inter” on “trans-disciplinario” debe servir para dar cuenta del conjunto social en términos “materiales” (no era otra la intención de Marx), y no “ideales” o meramente “observacionales”, para lo cual era necesaria la articulación de “herramientas” filosóficas, históricas, antropológicas, sociológicas, económicas, etc.

Tercero, fundamentalmente porque en Marx el conocimiento es “conocimiento práctico” (lo que no quiere decir irracional o idealmente trascendental), es la praxis (también la praxis política) el fundamento de su “materialismo”; ya que se trata de “conocer” en términos prácticos (“materialmente”) una sociedad. Y para hacerlo cualquier “olvido” puede llevarnos hacia un “idealismo” o hacia un “reduccionismo”.

Cuarto. Si el conocimiento es “práctico”, es claro que las acciones de los hombres funcionan como “forma” de conocimiento. Desde “La ideología alemana” Marx plantea que a partir de las vivencias prácticas el hombre puede “tomar conciencia” de las contradicciones en las que vive y por tanto transformarlas, también ahí plantea una concepción de cierto “lenguaje” -no por cierto el “práctico”- como una “falsa conciencia”. Sin embargo, más allá de la propia problemática de la “toma de conciencia” (lo que implica otra discusión también), esto más que eludir confirma la importancia del “sentido práctico” -tal como el propio Bourdieu nos alertaba en su obra- de la “comunicación” (sin que esta tenga que ser reducida a una “comunicación lingüística”) y de la interpretación en los procesos de conocimiento. En resumen una articulación entre lo “objetivo” y lo “subjetivo” que, si pretende no ser metafísica y (sí) racional, debe tener en cuenta el problema del “lenguaje” en términos que van desde lo puramente lingüístico a lo que va más allá de lo lingüístico.

La desembocadura de todo este “proceso”, que es también histórico, nos lleva al punto cinco: la salida entonces de lo “epistemológico” entendido en términos muy ligados al positivismo y por ende la crítica del denominado por Giddens “consenso ortodoxo” dentro la ciencia.

La “teoría política” más allá del “consenso ortodoxo”

Esto ha abierto el campo científico y en particular el campo de las ciencias sociales a constantes procesos de “interpretación y reinterpretación”, sobre todo en el caso de unas ciencias sociales apoyadas en una historia del campo plagada de “clásicos” (entre los que por supuesto podríamos ubicar tanto a Marx como a Weber, a Aristóteles como a Platón, tanto a Lukács como a Durkheim, a Kant y a Nietszche, a Hegel y a Maquiavelo, a Gramsci y por supuesto muchos más). Pero también –junto con esto- ha dejado el camino abierto a ciertas posiciones de cuño “irracionalista”, que tendieron a “dinamitar” el campo científico en su conjunto (sin distinguir entre las características diferenciales de las ciencias naturales y sociales), llevando directamente a un “relativismo absoluto” que no puede distinguir entre el discurso de las ciencias naturales, el de las ciencias sociales y el mitológico.

Y si bien el marxismo había dado cuenta de ellos, no pudo sin embargo construir un nuevo “consenso”. Su concepto de verdad y algunos reduccionismos resultaron un blanco de preferencia para las furibundas críticas desplegadas por los escritores estructuralistas y postestructuralistas que por un lado postularon la existencia de “saberes relativos” –y no generales- en cada una de las culturas y por el otro pretendieron reducir todo saber –como Nietzsche- a un discurso de poder.

La posterior caída del Muro de Berlín y el auge del pensamiento postmoderno y neoconservador parecían darles la razón.

A pesar de ello, desde diferentes disciplinas y ámbitos del campo científico, varios autores –muchos de ellos provenientes del campo de las ciencias “duras”, desestimaron el “relativismo absoluto” en ciencia y propusieron concepciones epistemológicas y metodológicas mucho más flexibles que terminaron por derribar el existente “consenso ortodoxo” sin que se terminara por entender que los discursos científicos eran lo mismo que la afirmación de la existencia de Adán y Eva en el paraíso. Fue a partir de los escritos de –entre otros- Kuhn, Popper, Lakatos, Feyerabend, que se abrió el camino a la constitución de la filosofía postempirista de la ciencia y con ella la posibilidad de revisar aquellos problemas que tanto el positivismo como el empirismo habían dejado postergados.

Entre uno de los problemas –no menor- que debían solucionarse se encontraba la cuestión del modo de comprender al sujeto del conocimiento. Para el positivismo, sobre todo en los trabajos de Mach, este quedaba reducido a un mero método, a una serie de reglas “mentales” de percepción que podían llegar a poseer incluso los animales.[3]

A este tema debe agregársele la cuestión de las acciones desplegadas por este sujeto. Si el mismo era “puro método”, y este método consistía en una serie de “reglas” de observación, no debía existir terreno para la interpretación dentro del ámbito científico. Esta postura era también asumida por cierto empirismo que también intentaba librarse de los llamados “residuos psicologistas”.

En torno a esto podemos encontrar cierta relación con la posición estructuralista o postestructuralista que entendía que las acciones de los sujetos se encontraban “guiadas” por una serie de reglas y normas prácticamente invariables o “inamovibles”; con lo que el sujeto prácticamente se encontraba “reducido a cero” (además porque dado este concepto de sujeto –o de no sujeto- no pude existir ninguna variación en lo que podría llamarse la historia de la ciencia, la variación que se encuentra es sólo superficial pero no estructural). Esta es la razón por la cual tampoco estas corrientes teóricas y filosóficas pudieron – o más bien no quisieron- construir una nueva manera de “ver” la ciencia.

A partir del quiebre del “consenso ortodoxo”, comienza cuestionarse la concepción de una “verdad observacional” única, es decir, general a todo observador más allá del proceso de interpretación del sujeto del conocimiento; comienza también a tomar forma la idea de que existen diferentes corrientes o paradigmas dentro del campo científico y con relación a un mismo objeto, corrientes o paradigmas que conforman lo que Lakatos ha dado en llamar “programas de investigación”. Comienza además a cobrar importancia una historia de la ciencia, historia que es construida por sujetos; lo que lleva entonces a recuperar la idea de interpretación en ciencia, que va de la mano de las tradiciones hermenéuticas.

Es Popper con su idea de falsación de los hechos, diferenciada de la idea de verificabilidad, uno de los que comienza a dar cuenta de la imposibilidad de hablar de una verdad “certera y certificada” en ciencia. Por su parte, la concepción kuhniana que plantea la existencia de diferentes paradigmas científicos –si bien enfrentada a la posición popperiana- también constituye un referente crítico a las concepciones epistemológicas más ortodoxas que entienden la existencia de un único concepto de verdad y una única metodología. Agrega además en este caso el elemento histórico.

Esta concepción histórica con relación al pensamiento científico, que supone también discusiones dentro del propio campo científico respecto a la verdad o falsedad de las diferentes teorías, entiende por supuesto de la existencia de un sujeto que construye teorías e interpreta hechos, sociedades y sujetos (en el caso de las ciencias sociales) y que discute sobre las teorías que dan cuenta de esos hechos, sociedades y sujetos.

Pero para “todo esto” también se debía contar con una filosofía del lenguaje.

Terminaba de comprenderse que eran los sujetos los que producían interpretaciones acerca del mundo, pero que no lo hacían a partir de una “conciencia plena” o una operación intelectual o psicológica sino a través del lenguaje que daba cuenta del mundo. Además, comenzaba a tomarse ya “plena conciencia” que la ciencia era un lenguaje que daba cuenta del mundo y que la verdad o falsedad o la discusión sobre el conocimiento verdadero, era sobre esos enunciados que daban cuenta del mundo, es decir, la discusión se planteaba con relación al lenguaje y la comunicación.

Estos “redescubrimientos” implicaron un proceso de recuperación de toda una tradición hermenéutica e interpretativa dentro del campo científico, relegada por el “consenso ortodoxo”; también –con relación a esto- permitieron la recuperación de la filosofía del lenguaje de Wittgenstein, del trabajo de autores como Schutz, Winch, Dewey, Mead, Cooley, etc.

De ello se desprende la importancia que ha cobrado la comunicación dentro del discurso científico actual y dentro de la epistemología moderna. Importancia mucho mayor si es que hablamos del campo de las ciencias sociales, de modo tal que un autor como Giddens habla de la necesidad de una “doble hermenéutica” en el mismo.

Si bien siempre había existido una diferencia entre las ciencias naturales y las ciencias del espíritu, es a partir de la “recuperación” de una filosofía del lenguaje que esta separación cobra forma en términos de una separación entre las ciencias naturales y las sociales. La idea de “doble hermenéutica” fundamenta claramente la diferente “naturaleza” de estas esferas científicas.

Ahora, más allá de que muchos autores planteen la importancia de la comunicación dentro del ámbito científico, no todos plantearon claramente que del “resurgimiento” de esta se desprendiera también la separación en términos normativos de la esfera de las ciencias naturales y de la de las ciencias sociales.

Para muchos estructuralistas y postestructuralistas, la cuestión del lenguaje redunda en una invasión del discurso –y en ciertos casos de la estética- al resto de las esferas del conocimiento, de modo tal que “todo” debe entenderse en términos de “lenguaje” (teniendo este a su vez características estructurales) –como es el caso de Verón [4]- o en términos de “lenguaje” de poder –como en el caso de Foucault.

En Heller en cambio, su punto de partida sustentado en una subjetividad y en una “objetividad intersubjetiva”, le permite fundamentar normativamente la existencia de una esfera separada de las ciencias sociales, aun entendiendo que el discurso de las ciencias sociales es también un lenguaje, pero que debe cumplir con ciertos requisitos diferentes de los requisitos que debe cumplir el discurso que forma parte de la esfera de las ciencias “duras”. Por cierto, en esta autora el interesante fundamento nos lleva por fuera de las posiciones clásicamente epistemológicas.

Entonces, el proceso de “separación” entre las esferas de la ciencias naturales y sociales por cierto, es un proceso histórico del que se toma nota a posteriori de la ruptura del “consenso ortodoxo” y salvo en este punto, este programa “materialista interdisciplinario”, puede encontrarse en “la base” de los primeros escritos de Horkheimer (lo que sería el primer programa de investigación de la denominada “Teoría Crítica”, aquel relevado en la revista del Instituto de Investigaciones Sociales, la Zeitschrift für Sozialforschung) con dos agregados:

a) La transformación capitalista propia de la etapa “imperialista” que lleva a la conformación final de la sociedad de masas.

b) La relación con una teoría estética y del arte, lo que es también propio de la influencia en estos autores del húngaro Lukács.

Por poner otro ejemplo también vinculado a los orígenes del campo de la comunicación, esto también lo encontramos en algunos autores –de clara influencia hegeliana- que aparecen periféricamente vinculados a la llamada escuela sociológica de Chicago, como ser John Dewey o George Herbert Mead, que articulan trabajos que van desde lo filosófico a lo sociológico, lo político, antropológico y comunicacional sin dejar de lado incluso la aplicación concreta al campo de la educación.

En cualquiera de todos estos casos, y en otros más, nos encontramos con un intento –más allá de los errores y problemas que puedan detectarse- de dar cuenta del funcionamiento de la sociedad en su conjunto y en términos materiales. Sobre todo, es claro que el intento de un Adorno o de un Horkheimer no es dar cuenta de una “teoría de la comunicación” sino de una teoría que explique –e intente cambiar- a la sociedad.

Esa posición que lleva por sobre todo a hablar del “funcionamiento social” supondría una ventaja, ya que “rompe” con cualquier posibilidad de “autonomización” del objeto, cuyas consecuencias –como ya lo hemos planteado- han sido claramente una huída de cualquier posibilidad de “atrapar materialmente” la sociedad, una imposibilidad de dar cuenta de una “comunicación” desplegada “en” la sociedad (histórica, sociológica, antropológica, políticamente situada).

También esto puede decirse, se encuentra en la base de toda la “teoría social” actual, es decir, en el caso de autores como Giddens, Luhmann, Habermas, Bourdieu o Rorty, por mencionar a algunos de los más importantes. No casualmente el propio Giddens ya no habla de “teoría sociológica” sino de “teoría social”.

Por supuesto, si esto es así, tenemos que extender el razonamiento al campo de la ciencia política. Acá también nos encontramos con un punto de encuentro entre el lenguaje, la acción y la política, esto es, ¿qué otra cosa que tipos de lenguaje y de comunicación encontramos en las interacciones que desarrollan los distintos sujetos y agentes sociales en las distintas instituciones políticas y en los distintos espacios públicos políticos?

Desde aquí, nos encontramos con un punto de partida transdisciplinario, con un punto de fuga por fuera de la epistemología, con un punto de encuentro con textos filosóficos, económicos, sociológicos, antropológicos, comunicacionales.

Conclusiones

Esta larga introducción a la discusión, no sólo de los diferentes “objetos” de estudios de diferentes disciplinas sino también de la propia noción de “objeto” de estudio diferenciado, no tiene por supuesto –eso fue lo que tratamos de proponer a lo largo de la argumentación- una pretensión epistemológica, como sí podríamos encontrar en autores tan diversos como Habermas, Rorty, Bourdieu, Althusser, etc. La pretensión diríamos es una pretensión “materialista”, es decir, política, sociológica, antropológica, económica, comunicacional.

Esta pretensión –también sostuvimos a lo largo del texto- no puede sostenerse a partir de reduccionismos metodológicos y epistemológicos, esa reducción es un resabio del otrora prevaleciente “consenso ortodoxo”, anclado en un positivismo reformulado en clave empirista ingenua (contra el cual luchaban incluso de un modo “epistemológico” corrientes materialistas). Pero tampoco puede sostenerse en una “asistematicidad posmoderna” -devenida luego en una especie de “populismo epistemológico”- de modo tal que “todo” sea válido (de modo tal que “todo” discurso remita a un “poder” del que no podemos escapar).

El punto es por un lado un reconocimiento de que la ciencia es un “tipo” de lenguaje articulado en torno a una esfera social diferenciada, por el otro, que dentro del campo científico las ciencias sociales “ocupan” un lugar diferenciado del de las ciencias naturales y que ambas no poseen las mismas “reglas de funcionamiento”.

Luego, que el discurso de las ciencias sociales se articula con una “historia” del campo, o sea que no puede prescindir de los textos clásicos de las diferentes disciplinas y que estos se encuentran permanentemente abiertos a la “interpretación y reinterpretación”. El conocimiento de los textos clásicos y la “creatividad hermenéutica” nos permitirán también realizar “juicios de valor” sobre los discursos que no serán para nada “cerrados” sino que estarán “abiertos” a la discusión, no necesariamente consensuada, dentro y fuera del campo científico.

Esto nos plantea la posibilidad de funcionamiento de una esfera de las ciencias sociales que sea más democrático, y si hablamos de las ciencias sociales en este sentido “no cerrado”, sustentado en procesos de “discusión pública”, es decir, en procesos de comunicación, que llevan a cierta “democratización”; estamos también hablando en términos políticos, que (obviamente) escapan de posiciones “relativistas” y permiten distinguir entre “ciencia” (en un sentido por cierto más amplio del término) y “mito”.

Ya fuera del campo “epistemológico”, a partir de la necesidad por parte de los científicos sociales de un conocimiento transdisciplinario, nos encontramos con la posibilidad de “atrapar” de un modo “material” (es decir, teniendo en cuenta lo “micro” y lo “macro”, las acciones desplegadas por los sujetos y los condicionantes estructurales de los mismos) la sociedad, lo que indica que toda teoría social que se precie entonces de tal estará en condiciones de pensarse en relación al “todo social” y esto supone la renuncia a toda pretensión de autonomía del “objeto”. Sólo así puede comenzar a desarrollarse una teoría que pueda dar cuenta de los fenómenos políticos, sociales y económicos, y que no quede presa de una posición de “alcance medio”.

Una teoría social que salga de sus “enclaustramientos académicos”, “objetuales”, “metodológicos” y llegue a poder dar cuenta (aunque sabemos que esto no será así de un modo absoluto) de una realidad que necesita ser transformada. Una teoría social que es, en este mismo sentido, profundamente política, siendo a su vez, que la política, es al mismo tiempo –como diría Marx- impensable por fuera de lo social en su conjunto.

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[1] En Comte esto aparece mucho más claramente en su defensa del progreso lineal pero en tanto que haya “orden”. Es decir, que lo que hay aquí es una defensa de esta idea de “orden”, que en el caso de Comte se entiende históricamente a partir de su crítica al proceso de la Revolución Francesa.

[2] Cfr. MERTON, Robert, Teoría y Estructura sociales, México D.F., FCE, 1995, Cap.2, Sobre las teorías sociológicas de alcance intermedio.

[3] Cfr. KOLAKOWSKI, Leszek, La filosofía positivista, Cátedra, Madrid, 1979.

[4] Cfr.VERON, Eliseo, La semiosis social, Barcelona, Gedisa, 1996, pp.224, 225,226.

Debates 2 (aporte 3): Ciencia y universidad

REPERCUSIONES TRAS LA ENTREVISTA A LINO BARAÑAO EN PAGINA/12

La ciencia de la polémica

Las definiciones del ministro de Ciencia despertaron el debate. La dicotomía entre las ciencias “duras” y las “blandas”, la prioridad en la investigación, el objetivo del nuevo Ministerio son algunos de los tópicos puestos en la mira. Aquí, cuatro nuevos aportes a la discusión.

Por Jorge L. Seghezzo *

Publicado por Página 12, Sección Ciencia, lunes 21 de enero de 2008.

Métodos y sociedad

La entrevista al ministro de Ciencia y Tecnología y las notas posteriores me generaron dudas, preguntas. Pero, fundamentalmente, me hacen reflexionar acerca de la necesidad y oportunidad de que se desarrolle un debate público. Las discusiones especializadas son interesantes y provechosas, pero en una sociedad como la nuestra, golpeada, crédula, desconfiada, debilitada, con un país que cayó tan profundamente, con una relación poco clara entre ciencias, conocimientos y sociedad (y los que estamos en el campo de ciencia, tecnología y universidad somos parte de esta sociedad débil), una discusión abierta y tolerante podría ser positiva. Más allá de mis acuerdos o diferencias con cada una de las personas que exponen, pretendo contribuir a que al lector interesado, no necesariamente experto, le llegue la dimensión e interés del tema.

La palabra ciencia suele tener diferentes acepciones poco concordantes, aun dentro del campo del saber. A veces se usa la palabra ciencia con el sentido histórico de “conocimiento”. Por otro lado, entre científicos “duros” y sociales suele haber una desconfianza, rémora de los propios orígenes y de las condiciones sociales en las que se produce, usa y consume el conocimiento científico. Cada científico, cientista social, filósofo, o lo que fuere, podría sentir que lo que hace es una contribución al saber universal. Pero funcionamos en un mundo que valoriza al conocimiento por el poder que da, y no al conocimiento en sí mismo. Si nos preguntamos sencillamente, qué, para qué, para quién, es inmediato que la “Ciencia” no está desligada de los intereses, de la dominación. No es mala la clonación, como tampoco lo fue la investigación nuclear de Fermi. Pero después de Hiroshima tenemos derecho, y obligación, de ser mucho más cuidadosos.

Propongo un grupo de conjeturas razonables, para reflexionar, reconociendo al otro, admitiendo lo que somos como miembros de un área de la sociedad, aceptando lo que anda mal, en el conocimiento y en el país, como un paso necesario para mejorar nuestro futuro.

1 El conocimiento organizado tiene una larga tradición, pero es aceptable que el sentido de la ciencia tal como hoy la conocemos, comienza con Galileo (1583-1652), Descartes (1596-1650), Bacon (1561-1626). ¿Por qué? Porque rompieron con la tradición, se separaron de La Autoridad como criterio de verdad, inauguraron la necesidad de contrastación de las ideas respecto de la “realidad”, y todo ello con acciones concretas, no sólo como enunciados.

2 Esa forma de denominar, ciencia, y el sentido que hoy le damos se refiere no sólo a la organización y seriedad de los conocimientos sino esencialmente al método que se usa en la producción. Dentro del campo científico no hay verdades indemostrables, no vale la autoridad como criterio de verdad, se utilizan hechos observables para obtener regularidades en comportamientos, en general se elaboran hipótesis de trabajo, se extraen consecuencias y predicciones, y el conjunto forma un cuerpo de conocimiento ordenado y sin grandes contradicciones internas, llamado teoría, o corpus teorético. La validez de ese grupo de conocimientos se ata a la verificación experimental, es decir, la teoría predice algo que luego se contrasta con la realidad. Si hay discrepancias, la teoría es falsa, errada. Si acuerda teoría con experiencia se la acepta hasta que haya otra mejor. Es decir, nos referimos a un método. El método científico. En algunos campos del conocimiento pueden convivir varias teorías que explican al mismo grupo de realidades, en otros no hay contraste posible, hay creación de posibles realidades. También es cierto que, como la ciencia es cosa de humanos, a veces las teorías que se contraponen son la expresión de diferentes grupos que compiten. Por otro lado decir método científico hace pensar que es un conjunto de reglas válidas para todo tipo de áreas de estudio, cuando en realidad es una forma general con criterios básicos comunes, pero con diferencias específicas.

3 La ruptura de Galileo con sus predecesores estriba en que él, más que otros, no aceptó la autoridad de nadie como criterio de verdad, el único juez válido fue la comprobación experimental. Cuestionó que se acepte la palabra de alguien por quién sea ese alguien, y no porque lo que diga sea válido. (Hasta ese momento Aristóteles y el Papa tenían la razón y Galileo no era nadie.) Hay que reconocer que la posición endeble de Galileo no lo era sólo por razones religiosas y de poder, sino porque en la sociedad de aquel entonces la duda sobre cosas importantes no era saludable expresarla. Se obedecía y creía en la palabra de los que “sabían”.

4 La situación cuatrocientos años después parecería ser totalmente diferente. Las ciencias están separadas, aparentemente, del poder divino y del terrenal. Sin embargo, volvimos a las andadas. En algunas áreas del conocimiento la verdad está en manos de ciertos dueños. La gente (no quiero decir gente común porque pondría a los científicos como gente fuera de lo común, ni legos, porque le doy una característica religiosa a la ciencia) no alcanza a comprender la diferencia entre el método científico y versiones e ideas absurdas también nombradas como ciencias. Ciertamente la autoridad sigue siendo materia de verdad. Basta con ver qué importancia tiene esta nota, y cuál tendría si la firmase un Premio Nobel (aun como James Watson), o alguien no “ilustrado”. La mención de autoridad para validar una opinión es una falacia ampliamente conocida, pero utilizada habitualmente.

5 ¿Sólo el conocimiento científico es verdadero? Dudo que algún filósofo considere que su saber es de tipo científico. ¿Por eso es menos valedero? La metodología de las ciencias es aproximadamente similar para ciertos grupos de ciencias, pero no idéntica. Ejemplo. En los aceleradores de partículas de alta energía se analizan millones de sucesos, y se miden sus variables, en tareas cuya complejidad apabulla. Es buena ciencia. En la investigación contra el cáncer, puede que no haya más que unos cientos de casos posibles de ser estudiados. También es buena ciencia. Un antropólogo que estudia a un grupo cultural puede que no tenga más que diez o doce interlocutores, saca conclusiones. También es buena ciencia. Todas si están bien hechas, dentro de los esquemas y métodos de cada tipo de conocimientos. Quienes analizan la forma en que los científicos hacen la ciencia son los epistemólogos y quienes hacen filosofía de la ciencia. Utilizan criterios rigurosos, hacen un trabajo serio.

Pero, ¿usan el método científico? Un matemático tiene un método muy diferente que el de un físico experimental o que un biólogo. ¿Es menos válido? ¿Y un sociólogo o un economista? El conocimiento metódico pero en campos como la filosofía ¿es menos válido? El tema no tiene nada de sencillo. Por eso es de interés que todos los que puedan se involucren. Además, las decisiones políticas sobre las ciencias y el conocimiento no se toman a partir del método científico, sino por criterios ajenos a las propias ciencias. Además ¿hay un método? ¿Hay un núcleo metodológico común y diferentes herramientas de aplicación según el campo? ¿Debería existir un único método? ¿Quién lo decidiría? Hay lagunas e incompletitudes esenciales ¿no sería hora de compartirlo, en lugar de, siendo débiles, partirnos?

6 Una confusión interesante es la que se relaciona con la forma de evaluación de la producción científica. En términos generales, ya que hay excepciones temáticas, la idea es que el trabajo de un científico es evaluado por sus pares, no sólo científicos, sino especialistas en el mismo tema. La confusión acerca de esto es que parecería un criterio de verdad científica. Hay errores. Los trabajos se envían a revistas con referato, hay jueces no identificables para el evaluado, que opinan sobre la originalidad y corrección del trabajo. Es una tarea difícil, y habitualmente honesta, pero existen, como en cualquier actividad humana, errores y corrupciones. El tema es que la verdad científica es provisoria. Hay resultados aparentemente definitivos en un tema, que son desbancados cuando la investigación avanza. ¿Y cuál es el problema? Y, que el que creyó tener la verdad quiere, naturalmente, seguir teniendo la razón. Y existen disputas. Cuanto más ligada esté una investigación a los funcionamientos humanos, a lo social, político, histórico, psicológico, más conflicto. Parece entonces que el mecanismo de evaluación no puede ser confundido con el núcleo de la metodología científica, porque sólo se trata de una herramienta, interesante y mejorable, que de hecho ya le compiten algunas formas de publicación en la Web.

7 ¿La ciencia está incontaminada a pesar de ser realizada por hombres?

La gente que hace ciencia son personas, seres humanos con sus cosas buenas y sus debilidades. Y tienen un método general, el científico, que ha mostrado tener una fortaleza notable. Los científicos, la gente del conocimiento (matemáticos, químicos, politólogos, filósofos, sociólogos, tecnólogos), trabajan, sueñan, viven, dentro de una sociedad que tiene sus características, en donde hay disputas, peleas, dominio. Y lo que se hace en ciencia está relacionado con los negocios, con la ética, con el poder. “El conocimiento es poder” (F. Bacon). No hay forma de escindirlo. Pedir responsabilidad social a los científicos también es pedirles a todos los científicos que sean responsables en su relación con los científicos de otras disciplinas. Y que cuando entran en un debate no justifiquen su posición sobre la base de que tal personaje apoya su postura, porque eso no sólo es una falacia, sino que no es científico.

Sacar los trapitos al sol sin agresiones es saludable. Creo que transparentar los conflictos, aun los de entrecasa, es una manera democrática de acercar la gente a las ciencias y al conocimiento. Discutir qué métodos usamos, cuáles son las diferencias y similitudes, mostrar que hay desacuerdos, sus porqués, incompletitudes, y, acaso, contradicciones, nos va a hacer más aceptables. Con más tolerancia y comprensión conseguiremos una producción mejor dirigida hacia las necesidades de la gente.

* Investigador tecnológico, ex vicepresidente ejecutivo del INTI.

Debates 2 (aporte 2): Ciencia y universidad

¡No somos teólogos!

Por Atilio Boron

Publicado en Página 12, Sección Opinión, sábado 12 de enero de 2008.

En la entrevista que el ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva publicara en este diario el lunes pasado, Lino Barañao se refirió a los temas que habrán de concitar la especial atención del ministerio a su cargo. Quisiéramos aportar algunas ideas a una discusión que el país se debe sobre la investigación científica, y que Barañao parece dispuesto a convocar. Lo peor que podríamos hacer en un momento como éste es optar por el silencio en lugar de manifestar, con respeto y altura, las discrepancias que pudiera suscitar su exposición.

En primer lugar diríamos que la puja por el presupuesto es un tema central y que no fue adecuadamente subrayado por el ministro. Está muy bien que la Argentina trate de meterse a fondo en el tema del software, la biotecnología y la nanotecnología, y también en muchos otros. Pero para entrar a competir con ciertas posibilidades en áreas de punta se requiere, primero, contar con laboratorios muy bien equipados, posgrados bien organizados con profesores de tiempo completo y todos sus estudiantes becados, carreras e instituciones universitarias adecuadamente financiadas, bibliotecas actualizadas y que efectivamente sean algo más que un desvencijado y anárquico depósito de libros, y remuneraciones apropiadas al personal científico, en todos sus niveles, desde el técnico auxiliar hasta el investigador superior. Nada de eso existe en nuestro país, a diferencia ya no digamos de Estados Unidos o Europa sino de Brasil o México. Esas imprescindibles condiciones no se obtienen tan sólo con esfuerzo, dedicación o buena voluntad, virtudes en las cuales nuestros científicos sobresalen a nivel mundial, sino que exigen disponer de recursos que en nuestro sistema científico y universitario siempre han sido escandalosamente escasos. Tal como Barañao lo señala, nuestra inversión en Ciencia y Técnica está en el orden del 0,4 por ciento del PBI, pero contra el 0,9 de Brasil y el 0,6 de Chile, para no compararnos con los niveles en torno del 3 por ciento del PBI que caracterizan a países como Corea y Japón. Nuestro sistema es paupérrimo por comparación a nuestros vecinos subdesarrollados, y esto debería convencer al ministro de que su primerísima tarea será lograr que las abultadas arcas del Tesoro nacional se dignen a financiar como se debe el sistema científico y universitario de la Argentina. Si no lo hace, o no lo dejan, todos sus planes corren el riesgo de convertirse en futuras anécdotas de una enésima frustración. Si convoca a los científicos de todo el país a una discusión seria sobre el futuro de la ciencia en la Argentina, su voz tendrá el peso suficiente para, tal vez, poner punto final a décadas de abandono y ninguneo. Esta convocatoria, además, está en línea con las palabras de Barañao al exigir, con toda razón, el compromiso social de los científicos. Lo que es seguro es que si trata de hacerlo sin ese respaldo, difícilmente vaya a encontrar oídos receptivos a sus reclamos.

Una segunda cuestión tiene que ver con las ciencias sociales, sobre las cuales la intervención del ministro no fue precisamente feliz. En la entrevista asegura que las humanidades y las ciencias sociales “no son las cenicientas” del sistema científico “porque tienen un financiamiento equivalente a cualquiera de las áreas de las ciencias básicas y durante mucho tiempo tuvieron un financiamiento superior en términos de los insumos que requerían”. Este juicio es insólito en un hombre tan “acostumbrado a la verificación empírica” como él mismo se define. Para refutar su afirmación bastaría con comparar, en el caso de la Universidad de Buenos Aires, la proporción de docentes con dedicación de tiempo completo a la enseñanza y la investigación en la Facultad de Ciencias Sociales y en la Facultad de Ciencias Exactas. Mientras que en el primer caso se trata de una cifra ínfima, en el segundo abarca, y en buena hora, a la casi totalidad de su planta profesoral. Otro elemento que debería añadirse a la comparación es la articulación existente entre el sector privado, e inclusive las agencias del Estado, y los investigadores: mientras que en el caso de Sociales esa vinculación es prácticamente inexistente, en Exactas constituye un importante vehículo de reforzamiento presupuestario. Hay otros elementos que, de agregarse, reforzarían aún esta conclusión. Por lo tanto, el análisis empírico demuestra que nuestra situación no es la que describe el ministro sino mucho peor, y que es preciso remediar cuanto antes.

Un párrafo final merece su exhortación para que en las ciencias sociales se opere “un cierto cambio tecnológico; estoy tan acostumbrado a la verificación empírica de lo que digo, que a veces los trabajos en ciencias sociales me parecen teología”. Y agrega, rematando su argumentación, que “no hay un motivo por el cual las áreas humanísticas deban prescindir de la metodología que usan otras áreas de las ciencias”. La pretensión de que existe una sola metodología común para todas las ciencias es, a esta altura de la historia, tan insostenible como la teoría geocéntrica de Ptolomeo. Tal como lo prueba el célebre Informe Gulbenkian sobre la situación de las ciencias sociales y el pensamiento científico a finales del siglo XX, el viejo paradigma “newtoniano-cartesiano” entró en crisis en las propias (mal llamadas) “ciencias duras”. Cabe destacar que este informe fue elaborado a partir de una labor transdisciplinaria, en donde investigadores de las ciencias exactas dialogaron de igual a igual con sus colegas de las humanidades y las ciencias sociales. De hecho, uno de los redactores de ese informe fue Ilya Prigogine, y en él se dice, entre otras cosas, que el modelo de ciencia, y por lo tanto de metodología de verificación, instituido desde el siglo XVIII, entró en crisis irreversible. En el Informe se señalan dos causas de esta decadencia; la crisis de la epistemología nomotética en el propio campo de las “ciencias duras” y, en segundo lugar, los nuevos desarrollos teóricos que en estas disciplinas “han subrayado la no-linealidad sobre la linealidad, la complejidad sobre la simplificación y la imposibilidad de remover al observador del proceso de medición y [...] la superioridad de las interpretaciones cualitativas sobre la precisión de los análisis cuantitativos”. En suma, termina diciendo el Informe que “las ciencias naturales han comenzado a parecerse mucho más a lo que por mucho tiempo había sido despreciado como ‘ciencias blandas’ que a aquello que fuera considerado como ‘ciencias duras’”. Como bien recordaba Albert Einstein, “no todo lo que cuenta se puede contar; ni todo lo que se puede contar cuenta”. Mal haríamos, a la luz de este informe, en imitar para las ciencias sociales y las humanidades un modelo de verificación empírica ingenuamente quantofrénico y declaradamente obsoleto. La producción de la evidencia que sustenta un razonamiento, admite una multiplicidad de procedimientos cuya rigurosidad y precisión se construyen desde otras premisas. ¿O vamos a creer que un Chomsky en lingüística, un Sánchez Vázquez en filosofía, un González Casanova en sociología, un Hobsbawm en historia son charlatanes que se dedican a la teología?

Debates 2 (aporte 1): Ciencia y universidad

Las cuerdas del espacio académico

Por Norma Giarraca * -

Publicado en Página 12, Sección Opinión, martes 4 de septiembre de 2007.


El mes pasado se realizó el XXVI Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología (Alas) en México. Como referente de los estudios de los movimientos sociales, en esa mesa temática escuché las exposiciones de una tercera parte de los trabajos presentados. Casi todas las ponencias trataban tenazmente de ordenar ese torbellino de novedosos fenómenos que denominamos, por ahora, movimientos sociales (MS). La reflexión ordenaba, casi domesticaba, las novedades que los MS cargan y desatan. Uno de los últimos días del congreso asistieron los protagonistas de la Asamblea Popular de Pueblos de Oaxaca y del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra de Atenco, dos de los MS más activos del país. En las declaraciones finales del congreso se reclamó el cese a la represión en México y en toda América latina y se exigió la libertad total de jóvenes sociólogos detenidos.

Con estas fragmentadas imágenes emprendimos una larga recorrida hacia una de las regiones de los movimientos sociales: Oaxaca, territorio de luchas intensas durante 2006. Nuestro oído atento registró en jóvenes, mujeres, intelectuales, comuneros, artesanos del mercado central, estudiantes, maestros, la vivencia y esperanza de lograr una transformación radical pacífica en esta comunidad. La figura y el pensamiento de Gandhi aparecen dentro de una reflexión profunda de cómo construir día a día aquello que desean para su territorio y para sus vidas. Conceptos tales como autodeterminación, libertad, desobediencia civil emanan de un mundo político intenso que articula experiencias urbanas diversas con las más de 400 comunidades indígenas que se rigen por “usos y costumbres” y un municipio declarado autónomo por su propia decisión.


Visitamos y registramos dos comunidades indígenas –una zapoteca y otra mixteca– y nos enfocamos en lo que constituye el centro de sus vidas: sus territorios. Tuvimos largas conversaciones con Gustavo Esteva de la Universidad de la Tierra (UniTer) y pudimos comprobar cómo estos espacios alternativos a las instituciones tradicionales son usinas de un pensamiento activo que acompaña resistencias y (re)creaciones de otros mundos sociales, culturales y espirituales.

El proceso social y político actual de América latina es rico en novedades –tanto en esta problemática como en los cambios en el nivel del Estado, en lo cultural, etc.– y amerita posiciones audaces, sujetos pensantes abiertos y comprometidos con los nuevos tiempos. Es importante afinar las cuerdas del espacio académico en el registro de los pensamientos críticos y potentes. Es necesario atreverse a comprender las novedades, modificar los modos de registro e interpretaciones. Los sociólogos latinoamericanos tenemos que debatir más sobre los cambios necesarios en una disciplina que nació “modernizadora”. Buenos Aires en 2009, sede del próximo congreso, puede ser otra oportunidad.

* Socióloga, investigadora del Instituto Gino Germani (UBA).

Debate 1 (aporte 1): La Ciencia Política desde la perspectiva crítica: cambiando el punto de partida

Por Luciana Ghiotto

(Ponencia presentada en el VIII° Congreso de Ciencia Política -SAAP-, noviembre de 2007)


Una de las preguntas centrales que gran parte de los jóvenes graduados de carreras universitarias de Ciencia Política se hacen (nos hacemos) es ahora qué. Tras varios años de cursada de materias, siguiendo alguna de las varias orientaciones posibles, algunos eligen dedicarse a la investigación en ciencias sociales. Para seguir este camino, cursan postgrados y maestrías, se presentan a becas para continuar sus estudios en el país o en el exterior, se anotan en doctorados, escriben artículos que intentan publicar en revistas especializadas sobre su temática, e incluso participan en programas de investigación colectiva o individual en entidades públicas y privadas. Sin embargo, la pregunta inicial, el ahora qué, en realidad no suele ser abordada de manera conciente. Simplemente se sigue el mismo camino que los tutores, contactos y amigos, aquellos que en algún momento de sus vidas también fueron jóvenes graduados, tal como ellos, y que les señalan las mejores instituciones para avanzar en esta carrera. Una vez emprendido este camino, aparecen dos grandes objetivos. Primero, aplicar lo aprendido durante la carrera, haciendo buen uso de las técnicas de investigación específicas de la disciplina. Segundo, lograr el reconocimiento de los pares y una mejor ubicación dentro de la propia academia. No obstante, sería interesante indagar sobre cuántos de ellos, jóvenes investigadores, politólogos, cientistas sociales, se preguntan realmente qué es hacer ciencia social, y más específicamente, para qué.

Aquí argumentaremos que uno de los problemas centrales que genera este malestar en los jóvenes graduados es la propia crisis implícita al interior de la Ciencia Política, crisis provocada a partir de la constitución de la misma como disciplina separada de la sociología, del derecho, la economía y la filosofía. Es decir, a partir de la profundización de la división del trabajo científico, y con ello, de la fetichización del mismo.

La estructura de la ponencia es la siguiente. Primero, realizaremos un análisis crítico de las principales corrientes de las ciencias sociales del siglo XXI, identificándolas como parte de lo que Max Horkheimer (2000) llama teoría tradicional. En segundo lugar, argumentaremos acerca de la necesidad de volver crítica la teoría (social y política). Por último, reflexionaremos acerca de la Ciencia Política y explicaremos por qué consideramos que esta disciplina se ubica dentro de la línea de la teoría tradicional, principalmente basándonos en que la misma pierde de vista la totalidad de las relaciones sociales dentro del capitalismo. Esto sería así porque ésta usa como punto de partida del análisis la existencia de las diversas instituciones políticas (estado, partidos políticos, sistemas políticos), y no las considera más bien un punto de llegada del estudio. En otras palabras, las instituciones políticas no son reconocidas en tanto formas políticas históricamente determinadas por la lucha de clases. Finalmente, esbozaremos los motivos por los cuales creemos que hoy se torna relevante hacer ciencia social y política.

1. Hacer ciencia social en el siglo XXI

Por un momento, realicemos el ejercicio de imaginar a Max Weber en 1905, sentado en el sillón de su casa de Heidelberg escribiendo La ética protestante y el Espíritu del Capitalismo. O pensemos en Karl Popper redactando lo que sería La lógica de la investigación científica en el marco de la Viena agitada por las organizaciones de izquierda en los años 20´. En ese mismo contexto podemos pensar en Rudolph Carnap ideando La Estructura Lógica del Mundo. Estos intelectuales marcaron una fuerte impronta en los estudios científicos posteriores. Participaron de debates, tuvieron discípulos y fundaron corrientes de pensamiento. Entre ellos disintieron acerca de factores que serían centrales para su propia visión del quehacer científico, como qué es la ciencia, qué es lo que le da racionalidad, y si es posible la neutralidad valorativa en el proceso científico.

No obstante, estos pensadores de las ciencias tenían algo en común: desarrollaron su pensamiento en la primera mitad del siglo XX. Las décadas que estos autores vivieron sin duda fueron convulsionadas, atravesando dos guerras mundiales, la segunda de las cuales provocaría la muerte de alrededor de 60 millones de personas y apuraría el exilio de muchos de ellos a otros continentes (como el propio caso de Carnap, e incluso los miembros de la Escuela de Frankfurt como Theodor Adorno y Max Horkheimer). Aun así, estos científicos no llegaron a vivir una de las etapas más crudas para la humanidad en su conjunto. Esta está signada no sólo por la matanza de hombres por hombres, sino por la destrucción de éste de su entorno natural, es decir, del planeta tierra. Los últimos años del siglo XX ya marcaban las características que tomaría la vida humana a principios del siguiente siglo. En ese sentido, el crecimiento demográfico y del consumo, la conversión de selvas en tierras para la plantación de alimentos transgénicos (OGM, Organismos Genéticamente Modificados) o bosques artificiales (los llamados “desiertos verdes”) para su uso en pasta de celulosa, la descarga de contaminantes en tierra, agua y aire, el exceso de cosechas y explotación de la tierra, se han vuelto factores comunes en la relación del Hombre con la naturaleza[1]. A la par del crecimiento demográfico, han aumentado notablemente los niveles de pobreza en el mundo, y a medida que la tecnología y las ciencias duras descubren nuevas vacunas para combatir pandemias mundiales, estos medicamentos se vuelven menos accesibles para la mayor parte de la población mundial[2]. Estos factores, que se han visto profundizados en las últimas décadas, han sido tomados por diversas Organizaciones No Gubernamentales y movimientos sociales para hacer de ellos una bandera de lucha. A su vez, el uso de Internet permite que los datos brindados por instituciones internacionales y por investigadores particulares se mantengan actualizados constantemente, dando a los científicos y militantes herramientas preciosas al momento de generar teoría y armar las estrategias de participación.

Tal como señalamos, teóricos como los miembros del Círculo de Viena, los primeros fenomenólogos y sociólogos comprensivistas no escribieron en la etapa en donde la destrucción del planeta se ha vuelto una amenaza real[3]. Ellos no vieron las consecuencias devastadoras que el capitalismo tiene sobre el mundo. O quizás no quisieron verlas...

Pero los científicos sociales tenemos hoy otro contexto en el cual desarrollar nuestro pensamiento. ¿Hasta qué punto el científico debería sentirse éticamente interpelado en un momento tal? Sin duda, esto nos remite a su vez a los debates sobre la necesidad/posibilidad/utilidad de lograr cierta objetividad y neutralidad en el quehacer científico. En muchos trabajos ya se ha argumentado en contra de la capacidad del científico de ser neutral frente a los hechos que estudia (en autores como Jurgen Habermas). En este trabajo reflexionaremos no sólo acerca de la incapacidad de lograr esa neutralidad, sino que sostendremos que la constante búsqueda de la misma, pensando que por ello hacemos “verdadera ciencia social”, es contraproducente.

2. El modelo ortodoxo en ciencias sociales, o acerca de la teoría tradicional

Plantear el tema del rol del científico social nos remite a pensar en una de las cuestiones relativas a los usos de la teoría. Dentro de este debate, conviene pararnos primero en la división establecida entre teoría tradicional y teoría crítica[4]. Esta distinción es central aquí ya que nos lleva a pensar en para qué hacemos teoría. ¿A qué nos referimos con esta afirmación? Vayamos por partes.

La teoría tradicional está basada en una idealización de las ciencias naturales en tanto ejemplificación de la racionalidad humana, en especial la física (Hacking, 1996). Pero la teoría tradicional es mucho más que las corrientes del empirismo y el positivismo a pesar de que éstas pueden ser consideradas el parangón de la teoría académica reinante desde fines del siglo XIX. El modelo clásico sobre el conocimiento de la modernidad se ha construido sobre el cogito cartesiano, el cual basa la racionalidad del ser sobre su propia existencia. A partir de allí se desarrollarían las corrientes racionalistas que pretendían romper con la visión medieval de la centralidad de la religión y la espiritualidad en el pensamiento del hombre y en la forma en que éste conoce al mundo circundante.

En el caso del positivismo, el objetivo del conocimiento es explicar causalmente los fenómenos por medio de leyes generales y universales, lo que lleva a que considere a la razón como mero medio para otros fines (sería entonces la razón instrumental). Entonces, lo central es establecer la ciencia de lo humano. Para ello, toman los métodos de investigación de las ciencias naturales para ser aplicados a las relaciones sociales.

Por su parte, el empirismo, en particular la corriente del empirismo lógico de Carnap, va a profundizar el interrogante acerca de cómo hacer una ciencia social auténticamente científica. De este modo, toman a la experiencia (en especial, la observación) como única fuente de conocimiento. Así, un conjunto de teorías correctamente armadas pueden ser contrarrestadas con la realidad a través de la observación y la experiencia, utilizando el método inductivo de generalización.

Estos enfoques serían fuertemente criticados hacia mitad del siglo XX desde diversas corrientes y autores. Por un lado, la visión de Karl Popper acerca de la necesidad de basarse en la lógica deductiva y en la refutación de las hipótesis. Por otro, el llamado pensamiento historicista alemán (con referentes como Weber y Alfred Schütz), quienes se centran en la comprensión (Verstehen) como método para abordar al sujeto que participa de la acción y entender sus motivaciones. Además, las críticas de la Escuela de Frankfurt se centrarían en recuperar el método dialéctico como forma de comprender las relaciones sociales a partir de abstracciones determinadas (esto será abordado más adelante).

En el caso de las críticas de Popper, es interesante señalar, siguiendo a Ian Hacking (1996), que a pesar de sus diferencias con el Círculo de Viena, tanto Popper como Carnap sostenían la necesidad de emular a las ciencias naturales por ser éstas un pensamiento racional, a la vez que coincidían en que el conocimiento es acumulativo, ya que la ciencia evoluciona y tiende hacia una teoría verdadera del universo.

Las fuertes críticas marcaron la crisis del positivismo y del modelo ortodoxo hacia la década de 1960. A partir de allí, gran parte de los científicos sociales se volcarían al posempirismo, formado por las corrientes del giro lingüístico y de la hermenéutica. La interpretación es entonces puesta en el centro del método del científico.

Uno de los autores que criticaría con mayor dureza a la tradición positivista sería Paul Feyerabend, pensador conocido como “anarquista epistemológico”. Feyerabend sostenía que la ciencia era una mera tradición cultural y consideraba que los científicos eran simples “vendedores de ideas” (García Menéndez, 1998). La idea de racionalidad de los positivistas tampoco gustaba a este autor, quien sostenía que los racionalistas tratan de limitar sistemáticamente el espíritu libre de la mente humana. La ciencia termina siendo una puja de fuerzas, donde el más poderoso impondrá su idea de racionalidad. Además, no se acepta el modo de conocimiento de otras culturas como válido y racional, lo cual se sostiene en una concepción etnocéntrica de la ciencia occidental.

Las ideas de Feyerabend resultan interesantes para pensar en el quehacer de la ciencia moderna, principalmente porque resaltan el factor de trabajador del científico. Es decir, señalar que el científico social se encuentra inmerso en una red de relaciones sociales con determinadas características nos permite pensar en una persona que no está separada de la realidad que estudia. Por el contrario, el científico está inmerso en un flujo de intereses de poder que tienen que ver con las peleas por ver qué teoría se mantiene en el centro de atención de la academia. Esta idea rompe con la posibilidad de pensar en la construcción de una ciencia “neutral”. Como explica Lazo Cividanes, “la ciencia es, obviamente, un hecho humano y, en tal sentido, tiene una dimensión subjetiva: sea admitido o no, la intuición, la imaginación, los juicios de valor, participan en alguno de los momentos de la construcción del conocimiento científico” (Lazo Cividanes, 2006).

En una línea similar, Larry Laudan, un estudioso de la epistemología moderna, plantea la coexistencia de teorías rivales que pelean por dar una explicación más acabada del universo social. Estas son denominadas por el autor como tradiciones de investigación, que son sistemas de creencias que adopta el científico de manera duradera y persistente para desde allí estudiar el mundo social. El investigador sigue, entonces, el conjunto de teorías que se manejan dentro de la tradición. Una vez hecha esta introducción, Laudan prosigue afirmando que “el objetivo de la ciencia consiste en obtener teorías con una elevada efectividad en la resolución de problemas. Desde esta perspectiva, la ciencia progresa sólo si las teorías sucesivas resuelven más problemas que sus predecesores” (Laudan, 1986: 11). Esta visión dinámica resulta interesante porque pone de manifiesto que no existe una sola cosmovisión de las relaciones sociales, sino que contamos con diversas tradiciones de investigación.

Asimismo, no existe una sola forma de hacer ciencia. En palabras de Alford y Friedland, las perspectivas teóricas (en este caso, tradiciones) diferentes no suelen tener punto de conciliación, sino que compiten por ocupar el lugar de enfoque dominante (Alford y Friedland, 1991). Pero la complicación aquí es, ¿quién puede decir que una es más explicativa que la otra? Según Laudan, la forma de comparar las teorías es ver cuál es más efectiva que otra en la resolución de problemas, tanto teóricos como empíricos. Ya que muchas teorías diferentes pueden resolver el mismo problema, el valor de una teoría dependerá de cuántos problemas resuelva. Así, la “tasa de progreso” es la medida de la rapidez con que una tradición de investigación ha hecho un progreso en la resolución de problemas.

Aquí, esta visión más bien pragmática de Laudan termina opacando su visión más realista (en un sentido concreto) de la no-progresión de la ciencia, ya que se presenta entonces otro interrogante, ¿quién dice que una teoría resuelve un problema mejor que la otra, si reconocemos que el mundo científico está constituido por relaciones de poder, tal como el resto del mundo social? Es decir, ¿quién puede evaluar que ciertas teorías resuelvan mejor algunos problemas que otras, y que una tradición de investigación es más útil que otra? De la misma manera podríamos preguntarnos si Laudan estaría de acuerdo con la idea de que si una teoría se prueba más completa que, por ejemplo, la dominante en la academia, esta última aceptaría su propia crisis (su propia anomalía, según Thomas Kuhn), dejando su lugar a la teoría con mayor tasa de progreso. En estos términos, no parece ser ésta una situación muy posible en el caso de las ciencias sociales. Entonces, el problema principal que se presenta en el análisis de Laudan es que termina concibiendo a la ciencia como separada de la práctica. Es decir, sostiene una concepción más bien a-histórica de las tradiciones de investigación, ya que no parece preguntarse qué hace que algunas tradiciones de investigación sean “destronadas” (Laudan, 1986: 19).

3. La teoría crítica y la aceptación de las contradicciones

La teoría crítica nació a partir de un grupo de intelectuales que en la década de 1920 fundó en la ciudad de Frankfurt el Instituto de Investigaciones Sociales. Este grupo, conocido como la Escuela de Frankfurt, se caracterizó por un seguimiento de los escritos de Marx y por la recuperación del método dialéctico para el estudio de las ciencias sociales[5]. A pesar de las divergencias al interior del grupo, los unía una crítica al carácter supuestamente neutral de la teoría tradicional. Horkheimer en particular remonta hasta Descartes las raíces de la conciencia positivista que permite que las ciencias aparezcan como una empresa “pura”, independientes de los intereses prácticos (Honneth, 1995). Hay en esta Escuela una crítica a la racionalidad instrumental de tipo kantiana que separa medios de fines. Por el contrario, los frankfurtianos sostienen que “los fines y medios no pueden formularse aislados entre sí. La dialéctica no quiere saber nada de que el fin justifica los medios” (Adorno, 2003: 52).

La teoría tradicional encubría entonces el hecho de ser parte del proceso de reproducción del modo de producción capitalista (Muñoz, 2000). Por el contrario, la teoría crítica fue definida como un elemento subvertidor del orden social, o lo que es más, como un elemento más del proceso revolucionario. La Escuela de Frankfurt fundamentó su crítica a la “sociología burguesa” partiendo de la idea de que la misma nació como ciencia rectora de un haz de técnicas de dominación y domesticación del conflicto, del antagonismo. Para cumplir este objetivo, esta sociología se ve a sí misma como una “destreza” estabilizadora, cuyo punto central es la pérdida del primado de la totalidad, es decir, la pérdida de vista de lo existente en su conjunto (Muñoz, 2000). “La totalidad del mundo perceptible, tal como existe para el miembro de la sociedad burguesa y tal como se interpreta en la concepción tradicional del mundo que se encuentra en interacción con aquella, se presenta al sujeto como un conjunto de facticidades; el mundo está ahí y debe ser aprehendido” (Horkheimer, 2000: 34).

A partir de esta base, Horkheimer critica las afirmaciones de Hermann Weyl acerca de la univocidad de la ciencia. Según Horkheimer, “la exigencia fundamental que cualquier sistema teórico debe cumplir consiste en que todas las partes estén enlazadas entre sí sin discontinuidades ni contradicciones” (Horkheimer, 2000). Por el contrario, la Escuela de Frankfurt rescata el método dialéctico como una forma de comprender la sociedad desde la totalidad y sin tenerle miedo a las contradicciones mediante las cuales la historia se mueve, deviene[6]. Es la concepción de Adorno del movimiento constante del pensamiento, la dialéctica como conciencia de la no-identidad (es decir, de lo diferente), de lo que desborda (Holloway, 2005). “Las únicas ideas verdaderas son las que trascienden su propia tesis” (Adorno, 2003: 49). La dialéctica, entonces, “tendría que considerarse como un intento de escapar de la disyuntiva binaria. Es un esfuerzo por rescatar el carácter incisivo de la teoría, y su lógica trascendente, sin entregarla al engaño” (Adorno, 2003: 50).

Frente al enfoque ortodoxo, la teoría crítica, en tanto tradición de investigación, se auto concibe como alternativa teórica a la sociología burguesa, pero siempre alternativa teórica y práctica a la vez. Es decir, la teoría, en tanto conceptualización de abstracciones determinadas (siguiendo el método que Marx expuso en los Grundrisse), debe apoyarse en la práctica, a la vez que ser parte de la propia práctica. Las abstracciones determinadas se construyen en-y-a-través de los fenómenos sociales. Estas tienen una existencia-en-la-práctica. Como marcaría Adorno, la dialéctica negativa exige una práctica emancipadora. “Primero está el trabajo del topo que hace desaparecer lo que parece fuerte y estable. Y luego está el tema práctico y el cuestionamiento práctico de la praxis revolucionaria” (Bonefeld, 2007: 131). Es claro que el topo aquí es la teoría crítica, en tanto ésta es teoría para la emancipación humana.

Quizás uno de los puntos más interesantes del pensamiento crítico es ver la forma en la cual consideran la labor del científico social. Para Horkheimer, el investigador es sólo uno más dentro de los engranajes del trabajo abstracto en la sociedad capitalista. Pero claro, para su trabajo particular existe una demanda real, ya que su práctica es vital para el avance de la tecnología y con ello la implementación de nuevas formas de control y disciplinamiento sobre los trabajadores. Aquí puede verse la transformación del quehacer teórico en una actividad reificada, ideológica. “Una actividad que contribuye a perpetuar la existencia de la sociedad en su forma dada no necesita en absoluto ser productiva, es decir, producir valor para una empresa. Pese a todo puede pertenecer a este orden y contribuir a hacerlo posible, como realmente sucede en el caso de la ciencia especializada” (Horkheimer, 2000: 41).

Entonces, la teoría crítica en tanto pensamiento filosófico se pone al servicio del cambio revolucionario. Esto rompe con la tradición vigente de la ciencia positivista, tal como lo habían hecho los escritos de Marx un siglo antes. Para este enfoque, la actividad teórica debe estar orientada a la emancipación, ya que tiene como objetivo la transformación de la totalidad. No obstante, debe prescindir del carácter pragmático que está implícito en la teoría tradicional, en tanto entiende a la actividad del científico como una profesión socialmente útil, lo cual no es para Adorno más que un “trabajo de oficina denominado investigación”. “Esta alienación, que en terminología filosófica se expresa como la separación entre valor e investigación, saber y actuar, y otras oposiciones, protege al científico de las contradicciones señaladas y dota a su trabajo de un marco fijo” (Horkheimer, 2000: 43).

Sin embargo, el científico de la teoría crítica tampoco está exento de contradicciones. Este estudia en la universidad, pertenece a una academia, escribe para congresos, publica en journals sociales, e incluso vive (en tanto reproduce su propia fuerza de trabajo) de becas que le otorgan el Estado u organismos privados. Claro que esto aparece como una luz de alerta para el quehacer teórico. Pero esta contradicción es insalvable. Es decir, el teórico con actitud crítica no está por fuera del mundo capitalista. Este se encuentra inserto en las relaciones sociales en las que vive; no puede salirse de ellas. El purismo del teórico crítico es imposible, porque desearlo sería caer en la propia trampa del modelo ortodoxo: sería concebir una ciencia separada del mundo, capaz de observar los fenómenos sociales desde un lugar de santidad científica y neutralidad que le otorgan mayor validez a sus estudios. Sin embargo, esta no es la postura que debería adoptar un teórico crítico. Por el contrario, el desafío es pensar teoría aceptando la contradicción pero intentando hacerla explotar, reflexionando sobre ésta en sus escritos, debatiendo al interior de la academia sus propios pensamientos y exponiendo la utilidad del método dialéctico a sus colegas. De alguna manera, la contradicción que él (o ella) lleva en sí mismo es traspasada en el momento en que no olvida su objetivo, el propósito de su propia práctica teórica: la contribución a la emancipación humana a partir de la crítica teórica.

4) Vida y crítica de la Ciencia Política: dando vuelta el punto de partida.

Ahora podemos reflexionar, ¿cómo fue el proceso de construcción de la disciplina de la Ciencia Política? No tenemos intenciones de hacer aquí un análisis histórico riguroso, por cuestiones de espacio. Pero podemos seguir los comentarios de Norberto Bobbio (1998) al respecto, para hacer de ellos una lectura crítica. Así, la Ciencia Política nace primero estableciéndose como una ciencia, es decir, en tanto oposición a doxa, mera opinión. Para ello, intenta aplicar al análisis de los fenómenos políticos las técnicas de las ciencias empíricas. El uso del estudio empírico le habría dado a la Ciencia de la política la capacidad de mantener un nivel importante de objetividad y rigurosidad que no tendría la filosofía política. Esta última sería el estudio orientado deontológicamente, intentando revelar un deber ser. Según Giovanni Sartori, reconocido politólogo italiano, la separación entre filosofía y ciencia política está dada por la aplicabilidad de la segunda (en Bobbio, 1998). En otras palabras, la separación de Ciencia Política de la filosofía política marca un alineamiento de los estudiosos de los fenómenos políticos a la teoría tradicional, tal como se lo ha expresado en este trabajo.

El tema central de nuestro juicio es que la Ciencia Política se basa en el análisis de los fenómenos políticos, tal cual estos aparecen. Pero no hay una búsqueda por rastrear y conocer la esencia de estos fenómenos, o en palabras de Karl Marx, el contenido que moldea esas formas políticas. La Ciencia Política, por el contrario, se orienta al estudio de la manifestación, de las formas en las que se expresan y cristalizan las relaciones sociales. Pero no existe un “ir más allá” de esa apariencia. Entonces, lo que tendría que ser el punto de llegada del análisis se convierte en el punto de partida, en lo que se toma por dado, tal cual es, y no se cuestiona. Así es como las instituciones (de diversos tipos) aparecen como cosas dadas, como incuestionables. Claro, porque cuestionarlo nos lanzaría rápidamente a la arena de la filosofía política, y eso no es ciencia...

Señalábamos entonces que lo importante para los estudiosos de la Ciencia Política es cómo constituir a la Ciencia Política en una ciencia (Cansino, 2006). Es decir, cómo hacer para que sea una disciplina diferenciada de las demás, especialmente de la Sociología y el Derecho. Las preocupaciones epistemológicas viajan desde este tema central hasta la problemática del objeto de estudio (¿existe un único objeto de estudio de la disciplina?) y la amplitud del campo de estudio (¿es sólo en el ámbito del estado, a nivel nacional o internacional?). Pero como explica Cansino (2006), finalmente es el uso consciente del método científico lo que distingue a los politólogos de todos aquellos que escriben de política. Sin el uso de este método, el politólogo pasa a ser nada más que un “comentarista político” (o siguiendo a Sartori, un filósofo de la política).

Tal el camino que emprendió la Ciencia Política, que en los últimos años hasta el mismo Sartori, defensor de la especificidad de la disciplina, reconoce que el método científico terminó convirtiéndose en una “camisa de fuerza” que llevó “a sus cultivadores a ocuparse de asuntos sumamente especializados, factibles de ser demostrados empíricamente pero cada vez más irrelevantes para dar cuenta de lo político en toda su complejidad. De ahí que la ciencia política haya perdido el rumbo” (Cansino, 2006).

4.1) La Ciencia Política argentina analizada desde la teoría crítica.

En el caso de la Argentina, quienes comenzaron a formarse en ciencias sociales a partir de los años cuarenta tendrían la fuerte influencia de la “sociología científica”, una orientación sociológica particular tributaria del estructural-funcionalismo y del empirismo norteamericano. La gran figura de este enfoque fue Gino Germani. Esta corriente predominó en la Argentina hasta finales de los años cincuenta (Guiñazú y Gutiérrez, 1991). Así, la “sociología científica” constituyó una de las bases epistemológicas de la Ciencia Política argentina. En primer lugar, porque instituyó una verdadera “escuela” en la que se formaron generaciones completas de profesionales. Segundo, la convulsión social vivida a fines de los sesenta orientó los estudios de la sociología hacia la problemática del poder y del estado, temas considerados “naturales” de la Ciencia Política. Pero justamente esa realidad social cambiante ponía en tela de juicio las teorías que se intentaba introducir desde la Ciencia Política norteamericana, basada en modelos sistémicos de tendencia al equilibrio y la estabilidad (por ejemplo a partir de David Easton). “La teoría no podía aprehender satisfactoriamente los convulsivos procesos de cambio que tenían lugar en el país” (Guiñazú y Gutiérrez, 1991: 52).

Al regreso de la democracia, los politólogos se dedicaron casi exclusivamente al estudio de la transición democrática. A partir de allí se despertaban nuevos problemas para la disciplina. Leiras, Abal Medina y D´Alessandro (2005) enumeran esos problemas de la siguiente manera. Primero, la juventud de la disciplina, lo cual dificulta “emitir un juicio profesionalmente fundado y creíblemente imparcial sobre temas políticos” (2005: sin dato de página). Segundo, la Ciencia Política tiende a ser asociada con la actividad partidaria y a ser imaginada como la "ciencia para ganar elecciones", mientras que otras veces se la concibe como la "ciencia para gobernar bien", inspirando de este modo a quienes preferirían una tecnocracia benévola a las actuales democracias. Tercero, la Ciencia Política parece no ser capaz de dar respuesta acerca de las áreas que más preocupan a la ciudadanía argentina en la actualidad (el desempleo, la desigualdad, la inseguridad pública). Esto sería particularmente porque “nuestras herramientas conceptuales más poderosas sirven, sobre todo, para el análisis institucional” (2005: sin dato de página).

Veamos escalonadamente estos problemas que se le presentaban (y aún se presentan) a la joven disciplina. Primero, los autores señalan la necesidad de lograr una ciencia que pueda brindar un juicio imparcial y profesional. Pero aquí sostenemos que esta aspiración tiende a no considerar al intelectual como sujeto que es parte de la sociedad que está estudiando. ¿Es posible que la disciplina que estudia lo político y la política sea neutral? En este trabajo hemos fundamentado que eso no es probable, y tampoco debería ser deseable. Por supuesto, esto no quita que la mayoría de los estudios políticos se auto-proclamen imparciales. Pero lo que este posicionamiento oculta es que eligiendo un cierto método científico están ubicándose dentro de la ciencia empírica, más allá de que no tomen posición por un partido, grupo o alguno de los sujetos analizados.

Segundo, aparece el inconveniente de que nadie sabe qué es la Ciencia Política, ni cuál es su utilidad. Probablemente, podemos pensar en este trabajo que esto tiene que ver con la “juventud” de esta disciplina. Pero, ¿cuál es el propósito específico de establecer una ciencia que estudie lo político? Es decir, ¿para qué separar a la Ciencia Política del derecho, siguiendo la historización de Bobbio (1998)? Probablemente aquí podemos responder esta pregunta prosiguiendo lo planteado anteriormente sobre la argumentación de Laudan: la necesidad de dar respuesta a ciertos interrogantes y problemas que el derecho no podía responder, y que la sociología, en su especificidad, no podía abordar. Aparecieron de esta manera problemas prácticos que no podían ser resueltos desde las otras disciplinas. Pero entonces, al separar el estudio de la política, y crear una nueva disciplina, se intentó que la misma se consolidara como una “ciencia pura” en el sentido que plantea Adorno (2006). Apareció la necesidad de justificar esta escisión disciplinaria encontrándole un objeto de estudio específico (principalmente, el estado y el poder político). Al tratarse justamente de una disciplina “nueva”, ésta debe mostrar su “utilidad” (en la línea de Laudan), y aportar algo distinto, diferenciándose así del resto. Pero en definitiva, la constitución de disciplinas cada vez más específicas y tecnificadas lleva a una mayor división del trabajo científico, a una creciente separación disciplinaria. Esto tiende entonces a segmentar en lugar de totalizar. En otras palabras, el proceso de escisiones que provoca el capitalismo entre sujeto y objeto, entre productor y medios de producción (y subsistencia), se manifiesta nuevamente en la división entre teoría y práctica y la profundización de la división del trabajo manual e intelectual. A su vez, dentro del trabajo intelectual, la sociedad, que es cosificada (objetivada) en este modo de producción, es tomada como tal en los estudios teóricos de la teoría tradicional. Es decir, se profundiza la objetivación de las relaciones sociales. Así, para la Ciencia Política, las relaciones entre las personas aparecen como relaciones entre cosas, principalmente a partir de las instituciones. El problema aquí es que esta disciplina no genera una autocrítica sobre este proceso cosificante, sino que, por el contrario, lo toma por dado, e incluso lo ahonda. Podríamos decir que esto es parte de la fetichización de la ciencia (Adorno, 2006), ya que se trata de una Ciencia Política que no pretende ser otra cosa más que Ciencia Política.

En definitiva, la especialización a partir del uso del método científico del empirismo, de la teoría tradicional, ha convertido al estudio de lo político en una “destreza”, típica de la “sociología burguesa”, como la llama Horkheimer (2000). Habíamos dicho en los apartados anteriores que esto es por la pérdida del primado de la totalidad. Asimismo, la explicación teórica y el deseo de generar predicciones han convertido a la Ciencia Política en una ciencia de la explicación lineal: se evita pensar la contradicción de las relaciones sociales y políticas. Esto es porque la contradicción nos obliga a ver que los aconteceres sociales no son aprehensibles, ni pueden ser previstos ni controlados.

Esto se vincula directamente con el tercer argumento, el cual marcaba que la Ciencia Política parece no poder dar respuestas a los problemas actuales de la sociedad. Esto se revela como evidente cuando seguimos el razonamiento esbozado con anterioridad. Esto es porque el marco de análisis de esta disciplina puede dar cuenta principalmente de las instituciones políticas (recordemos, “nuestras herramientas conceptuales más poderosas sirven, sobre todo, para el análisis institucional”, reconocían Leiras, Abal Medina y D´Alessandro). En este marco, se dificulta la vinculación de las instituciones con problemáticas que serían claramente definidas como parte de otros campos de estudio, como los niveles de desempleo (la economía) o la criminalización de la protesta social (la sociología). Para esta concepción de la ciencia, las instituciones son entonces el punto de partida, no el de llegada. En este sentido, teniendo en mente la escisión que sostiene la teoría tradicional, es imposible dar cuenta de los procesos esenciales de la sociedad capitalista a partir de sus manifestaciones o su apariencia (Adorno, 2005). Esto es porque cualquier explicación que vincule los diferentes aspectos de la totalidad social aparece ante los ojos de los autores clásicos de la Ciencia Política (como Sartori) como filosofía política, como mera especulación deontológica.

Pero la teoría crítica no tiene miedo de la filosofía política. Por el contrario, como señala Horkheimer, la teoría crítica de la sociedad, a diferencia de las ciencias especializadas, ha seguido siendo filosófica aun en la crítica de la economía política. ¿Por qué? Porque la teoría crítica no busca simplemente la ampliación del saber (en tanto acumulación de conocimiento), sino que está en el camino de la emancipación de los hombres de las relaciones que los esclavizan (Horkheimer: 2000: 81). Y para ello, la crítica debe ser a la sociedad en su conjunto, como totalidad. Esto es, una concepción dialéctica de la sociedad (Adorno, 2006: 58).

5. El desafío de volver crítica la teoría

La ciencia social está en crisis. ¿En qué sentido? En que las teorías expresan hoy la crisis existente en la sociedad, a partir de la desarticulación del todo social (Psychopedis, 1994). Si bien esta desarticulación es una determinación del modo de producción capitalista, la reconstrucción de la totalidad social puede ser realizada teóricamente a partir de la crítica. Lo que sucede es que este movimiento teórico de crítica implica una reconstrucción a partir de las propias relaciones sociales determinadas históricamente, y no un estudio de los sujetos sociales in abstracto, siguiendo un formato de tipo weberiano. Construir teoría crítica significa conceptualizar desde la contradicción del todo social, abordando los puntos de tensión y antagonismo (Bonefeld, 2007), y no buscando la univocidad de los hechos.

De alguna manera, las teorías que hoy siguen discutiendo sobre su propia racionalidad y objetividad son aquellas que Ana Dinerstein y Michael Neary incluyen en la “des-utopía” de las teorías (Dinerstein y Neary, 2002). Mientras que el capitalismo destruye (literalmente) el planeta tierra, todos aquellos enfoques que plantean hoy la construcción de una nueva utopía son catalogados de ingenuos o románticos. En todo caso, no es cuestión de ver cuántos problemas potenciales resuelve cada teoría (como señalaba Laudan) para ver cuál es más apta, y cuál se impone sobre las demás, sino que aquí hablamos de una teoría social que aborde la necesidad concreta de evitar la devastación del mundo a la que una forma particular de relaciones entre los hombres y mujeres lo han llevado. Es decir, las relaciones sociales capitalistas. Como metafóricamente pone en palabras John Holloway (2006), si pensáramos al mundo como una habitación que lentamente cierra sus paredes sobre nosotros, amenazando con aplastarnos en el corto plazo, ¿cuál sería nuestro accionar?, ¿reorganizar los muebles de la habitación?; ¿o buscaríamos las grietas que pueda haber en los muros para evitar que éstos se cierren sobre nosotros? En este sentido, la búsqueda de una nueva utopía en las relaciones sociales necesariamente necesitará de teorías que puedan dar cuenta de manera crítica la transitoriedad de las formas sociales. Evidentemente, hacer este tipo de análisis significa explorar la contradicción que hay en las luchas dentro-contra-y-más-allá del capital.

Entonces, los jóvenes graduados que pretenden dedicar su vida a la investigación social se encuentran frente a un dilema. Podríamos decir sin duda que se trata de un dilema moral. ¿Cuál camino tomar?, ¿la adaptación al sistema académico, con sus reglas y limitaciones?, ¿o intentar que la propia práctica científica colabore en el camino de la emancipación de los hombres y mujeres? Sin duda, esto es mucho más que una opción científica, sino que se trata en realidad de una opción de vida.

Finalmente, podemos señalar que el problema que se nos presenta como jóvenes politólogos es que al intentar realizar un estudio que reconozca la contradicción, y de cuenta de la totalidad de las relaciones sociales, nos apartamos de la Ciencia Política en sentido estricto. Es decir que analizar el actual estado de cosas desde la teoría crítica nos sumerge inmediatamente en un limbo disciplinar. ¿Qué somos? ¿Somos politólogos? ¿Somos sociólogos? ¿Somos economistas? ¿O simplemente somos filósofos? La teoría tradicional nos fuerza a la identificación, a la clasificación. Nos obliga a decir “soy politólogo, no tengo nada que ver con el economista, porque yo estudio instituciones políticas”. Pero esa fragmentación sólo colabora a que el mismo trabajo intelectual sea un mero trabajo más, dentro del trabajo abstracto en el capitalismo. Por eso, él teórico crítico tiene como desafío sostener frente a la academia que es politólogo, sociólogo, economista, filósofo... En definitiva, somos todo eso y mucho más.

Bibliografía:

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· Cansino, César 2006 “Adiós a la ciencia política; crónica de una muerte anunciada”, recurso de Internet, en ‹www.metapolitica.com.mx›

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  • Leiras, Santiago; Abal Medina, Juan Manuel y D´Alessandro, Martín 2005 “La ciencia política en Argentina: el camino de la institucionalización dentro y fuera de la aulas universitarias” en Revista de Ciencia Política (Santiago de Chile), volumen 25, número 1; recurso de Internet ‹http://www.openj-gate.org/Articlelist.asp?Source=1&Journal_ID=120687›
  • Muñoz, Jacobo 2000 “Max Horkheimer y la evolución de la teoría crítica” introducción a Teoría Crítica y Teoría Tradicional (Buenos Aires: Paidos).
  • Psychopedis, Kosmas 1994 “La crisis de la teoría en las ciencias sociales contemporáneas” en Bonefeld y Holloway (comp.) ¿Un nuevo Estado? Debate sobre la reestructuración del Estado y del Capital (México DF: Editorial Cambio XXI).



[1] Datos extraídos de ‹http://www.unesco.org›

[2] Según la Declaración del Llamado Mundial a la Acción contra la Pobreza, realizado en el último Foro Social Mundial en Nairobi (Kenya), “En los albores del siglo XXI, más de mil millones de personas están atrapadas en la más absoluta pobreza. Nos enfrentamos a la emergencia del SIDA, con más de 40 millones de personas ya infectadas por la enfermedad. Ciento cuatro millones de niños, fundamentalmente niñas, no asisten a la escuela primaria. En muchos países pobres, la muerte de las madres en el momento del parto o de niños a edad temprana es una rutina. Los Gobiernos están fracasando en sus medidas para enfrentar la pobreza. La ayuda internacional es inadecuada, tanto en calidad como en cantidad. Las promesas de cancelación de la deuda externa no se han materializado. Esta pobreza es una violación de los derechos humanos a escala masiva; está agravada por la injusticia del comercio que mantiene a la gente en la pobreza”. En ‹http://www.whiteband.org/GcapSpecials›

[3] Un ejemplo se encuentra en el tercer informe presentado por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, el cual se refiere a “que la temperatura promedio del planeta, posiblemente sufra un incremento de 1.4ºC a 5.8ºC en el período 1990 - 2100, esto representaría un nivel de calentamiento de 2 a 10 veces mayor que el valor medio correspondiente al siglo XX, hecho sin precedentes al menos durante los últimos 10,000 años. Estos incrementos de temperatura son mayores que los proyectados en el Segundo Informe de Evaluación del IPCC, 1995 (de 1.0ºC a 3.5ºC). Tal incremento de temperatura hará que los glaciares aumenten su ritmo de retirada durante este nuevo siglo lo cual inevitablemente hará que el nivel del mar promedio global aumente en 0.09 m - 0.88 m entre los años 1990 y 2100”. En ‹http://www.soberania.org›

[4] Nos referimos aquí a la distinción establecida por los intelectuales de la llamada Escuela de Frankfurt, visto en especial en Max Horkheimer en su obra Teoría tradicional y teoría crítica (2000).

[5] El programa de investigación de la teoría crítica se basaba en un marco de “marxismo interdisciplinario”, que pretendía “dar cuenta tanto del funcionamiento de una sociedad capitalista que había sufrido transformaciones estructurales como de las nuevas formas de control social que dicha sociedad desplegaba” (Gómez, 2007: 147).

[6] Aquí hablamos de “método” dialéctico, pero sabemos que la palabra método no es la mejor forma de expresar su significado. Por otra parte, no todos los miembros de la Escuela sostenían de igual forma el estudio dialéctico de la sociedad. Así, Adorno daría un paso más al describir la dialéctica negativa, que podría interpretarse como un estadío más desarrollado de la teoría crítica.