lunes, 21 de enero de 2008

Debate 1 (aporte 1): La Ciencia Política desde la perspectiva crítica: cambiando el punto de partida

Por Luciana Ghiotto

(Ponencia presentada en el VIII° Congreso de Ciencia Política -SAAP-, noviembre de 2007)


Una de las preguntas centrales que gran parte de los jóvenes graduados de carreras universitarias de Ciencia Política se hacen (nos hacemos) es ahora qué. Tras varios años de cursada de materias, siguiendo alguna de las varias orientaciones posibles, algunos eligen dedicarse a la investigación en ciencias sociales. Para seguir este camino, cursan postgrados y maestrías, se presentan a becas para continuar sus estudios en el país o en el exterior, se anotan en doctorados, escriben artículos que intentan publicar en revistas especializadas sobre su temática, e incluso participan en programas de investigación colectiva o individual en entidades públicas y privadas. Sin embargo, la pregunta inicial, el ahora qué, en realidad no suele ser abordada de manera conciente. Simplemente se sigue el mismo camino que los tutores, contactos y amigos, aquellos que en algún momento de sus vidas también fueron jóvenes graduados, tal como ellos, y que les señalan las mejores instituciones para avanzar en esta carrera. Una vez emprendido este camino, aparecen dos grandes objetivos. Primero, aplicar lo aprendido durante la carrera, haciendo buen uso de las técnicas de investigación específicas de la disciplina. Segundo, lograr el reconocimiento de los pares y una mejor ubicación dentro de la propia academia. No obstante, sería interesante indagar sobre cuántos de ellos, jóvenes investigadores, politólogos, cientistas sociales, se preguntan realmente qué es hacer ciencia social, y más específicamente, para qué.

Aquí argumentaremos que uno de los problemas centrales que genera este malestar en los jóvenes graduados es la propia crisis implícita al interior de la Ciencia Política, crisis provocada a partir de la constitución de la misma como disciplina separada de la sociología, del derecho, la economía y la filosofía. Es decir, a partir de la profundización de la división del trabajo científico, y con ello, de la fetichización del mismo.

La estructura de la ponencia es la siguiente. Primero, realizaremos un análisis crítico de las principales corrientes de las ciencias sociales del siglo XXI, identificándolas como parte de lo que Max Horkheimer (2000) llama teoría tradicional. En segundo lugar, argumentaremos acerca de la necesidad de volver crítica la teoría (social y política). Por último, reflexionaremos acerca de la Ciencia Política y explicaremos por qué consideramos que esta disciplina se ubica dentro de la línea de la teoría tradicional, principalmente basándonos en que la misma pierde de vista la totalidad de las relaciones sociales dentro del capitalismo. Esto sería así porque ésta usa como punto de partida del análisis la existencia de las diversas instituciones políticas (estado, partidos políticos, sistemas políticos), y no las considera más bien un punto de llegada del estudio. En otras palabras, las instituciones políticas no son reconocidas en tanto formas políticas históricamente determinadas por la lucha de clases. Finalmente, esbozaremos los motivos por los cuales creemos que hoy se torna relevante hacer ciencia social y política.

1. Hacer ciencia social en el siglo XXI

Por un momento, realicemos el ejercicio de imaginar a Max Weber en 1905, sentado en el sillón de su casa de Heidelberg escribiendo La ética protestante y el Espíritu del Capitalismo. O pensemos en Karl Popper redactando lo que sería La lógica de la investigación científica en el marco de la Viena agitada por las organizaciones de izquierda en los años 20´. En ese mismo contexto podemos pensar en Rudolph Carnap ideando La Estructura Lógica del Mundo. Estos intelectuales marcaron una fuerte impronta en los estudios científicos posteriores. Participaron de debates, tuvieron discípulos y fundaron corrientes de pensamiento. Entre ellos disintieron acerca de factores que serían centrales para su propia visión del quehacer científico, como qué es la ciencia, qué es lo que le da racionalidad, y si es posible la neutralidad valorativa en el proceso científico.

No obstante, estos pensadores de las ciencias tenían algo en común: desarrollaron su pensamiento en la primera mitad del siglo XX. Las décadas que estos autores vivieron sin duda fueron convulsionadas, atravesando dos guerras mundiales, la segunda de las cuales provocaría la muerte de alrededor de 60 millones de personas y apuraría el exilio de muchos de ellos a otros continentes (como el propio caso de Carnap, e incluso los miembros de la Escuela de Frankfurt como Theodor Adorno y Max Horkheimer). Aun así, estos científicos no llegaron a vivir una de las etapas más crudas para la humanidad en su conjunto. Esta está signada no sólo por la matanza de hombres por hombres, sino por la destrucción de éste de su entorno natural, es decir, del planeta tierra. Los últimos años del siglo XX ya marcaban las características que tomaría la vida humana a principios del siguiente siglo. En ese sentido, el crecimiento demográfico y del consumo, la conversión de selvas en tierras para la plantación de alimentos transgénicos (OGM, Organismos Genéticamente Modificados) o bosques artificiales (los llamados “desiertos verdes”) para su uso en pasta de celulosa, la descarga de contaminantes en tierra, agua y aire, el exceso de cosechas y explotación de la tierra, se han vuelto factores comunes en la relación del Hombre con la naturaleza[1]. A la par del crecimiento demográfico, han aumentado notablemente los niveles de pobreza en el mundo, y a medida que la tecnología y las ciencias duras descubren nuevas vacunas para combatir pandemias mundiales, estos medicamentos se vuelven menos accesibles para la mayor parte de la población mundial[2]. Estos factores, que se han visto profundizados en las últimas décadas, han sido tomados por diversas Organizaciones No Gubernamentales y movimientos sociales para hacer de ellos una bandera de lucha. A su vez, el uso de Internet permite que los datos brindados por instituciones internacionales y por investigadores particulares se mantengan actualizados constantemente, dando a los científicos y militantes herramientas preciosas al momento de generar teoría y armar las estrategias de participación.

Tal como señalamos, teóricos como los miembros del Círculo de Viena, los primeros fenomenólogos y sociólogos comprensivistas no escribieron en la etapa en donde la destrucción del planeta se ha vuelto una amenaza real[3]. Ellos no vieron las consecuencias devastadoras que el capitalismo tiene sobre el mundo. O quizás no quisieron verlas...

Pero los científicos sociales tenemos hoy otro contexto en el cual desarrollar nuestro pensamiento. ¿Hasta qué punto el científico debería sentirse éticamente interpelado en un momento tal? Sin duda, esto nos remite a su vez a los debates sobre la necesidad/posibilidad/utilidad de lograr cierta objetividad y neutralidad en el quehacer científico. En muchos trabajos ya se ha argumentado en contra de la capacidad del científico de ser neutral frente a los hechos que estudia (en autores como Jurgen Habermas). En este trabajo reflexionaremos no sólo acerca de la incapacidad de lograr esa neutralidad, sino que sostendremos que la constante búsqueda de la misma, pensando que por ello hacemos “verdadera ciencia social”, es contraproducente.

2. El modelo ortodoxo en ciencias sociales, o acerca de la teoría tradicional

Plantear el tema del rol del científico social nos remite a pensar en una de las cuestiones relativas a los usos de la teoría. Dentro de este debate, conviene pararnos primero en la división establecida entre teoría tradicional y teoría crítica[4]. Esta distinción es central aquí ya que nos lleva a pensar en para qué hacemos teoría. ¿A qué nos referimos con esta afirmación? Vayamos por partes.

La teoría tradicional está basada en una idealización de las ciencias naturales en tanto ejemplificación de la racionalidad humana, en especial la física (Hacking, 1996). Pero la teoría tradicional es mucho más que las corrientes del empirismo y el positivismo a pesar de que éstas pueden ser consideradas el parangón de la teoría académica reinante desde fines del siglo XIX. El modelo clásico sobre el conocimiento de la modernidad se ha construido sobre el cogito cartesiano, el cual basa la racionalidad del ser sobre su propia existencia. A partir de allí se desarrollarían las corrientes racionalistas que pretendían romper con la visión medieval de la centralidad de la religión y la espiritualidad en el pensamiento del hombre y en la forma en que éste conoce al mundo circundante.

En el caso del positivismo, el objetivo del conocimiento es explicar causalmente los fenómenos por medio de leyes generales y universales, lo que lleva a que considere a la razón como mero medio para otros fines (sería entonces la razón instrumental). Entonces, lo central es establecer la ciencia de lo humano. Para ello, toman los métodos de investigación de las ciencias naturales para ser aplicados a las relaciones sociales.

Por su parte, el empirismo, en particular la corriente del empirismo lógico de Carnap, va a profundizar el interrogante acerca de cómo hacer una ciencia social auténticamente científica. De este modo, toman a la experiencia (en especial, la observación) como única fuente de conocimiento. Así, un conjunto de teorías correctamente armadas pueden ser contrarrestadas con la realidad a través de la observación y la experiencia, utilizando el método inductivo de generalización.

Estos enfoques serían fuertemente criticados hacia mitad del siglo XX desde diversas corrientes y autores. Por un lado, la visión de Karl Popper acerca de la necesidad de basarse en la lógica deductiva y en la refutación de las hipótesis. Por otro, el llamado pensamiento historicista alemán (con referentes como Weber y Alfred Schütz), quienes se centran en la comprensión (Verstehen) como método para abordar al sujeto que participa de la acción y entender sus motivaciones. Además, las críticas de la Escuela de Frankfurt se centrarían en recuperar el método dialéctico como forma de comprender las relaciones sociales a partir de abstracciones determinadas (esto será abordado más adelante).

En el caso de las críticas de Popper, es interesante señalar, siguiendo a Ian Hacking (1996), que a pesar de sus diferencias con el Círculo de Viena, tanto Popper como Carnap sostenían la necesidad de emular a las ciencias naturales por ser éstas un pensamiento racional, a la vez que coincidían en que el conocimiento es acumulativo, ya que la ciencia evoluciona y tiende hacia una teoría verdadera del universo.

Las fuertes críticas marcaron la crisis del positivismo y del modelo ortodoxo hacia la década de 1960. A partir de allí, gran parte de los científicos sociales se volcarían al posempirismo, formado por las corrientes del giro lingüístico y de la hermenéutica. La interpretación es entonces puesta en el centro del método del científico.

Uno de los autores que criticaría con mayor dureza a la tradición positivista sería Paul Feyerabend, pensador conocido como “anarquista epistemológico”. Feyerabend sostenía que la ciencia era una mera tradición cultural y consideraba que los científicos eran simples “vendedores de ideas” (García Menéndez, 1998). La idea de racionalidad de los positivistas tampoco gustaba a este autor, quien sostenía que los racionalistas tratan de limitar sistemáticamente el espíritu libre de la mente humana. La ciencia termina siendo una puja de fuerzas, donde el más poderoso impondrá su idea de racionalidad. Además, no se acepta el modo de conocimiento de otras culturas como válido y racional, lo cual se sostiene en una concepción etnocéntrica de la ciencia occidental.

Las ideas de Feyerabend resultan interesantes para pensar en el quehacer de la ciencia moderna, principalmente porque resaltan el factor de trabajador del científico. Es decir, señalar que el científico social se encuentra inmerso en una red de relaciones sociales con determinadas características nos permite pensar en una persona que no está separada de la realidad que estudia. Por el contrario, el científico está inmerso en un flujo de intereses de poder que tienen que ver con las peleas por ver qué teoría se mantiene en el centro de atención de la academia. Esta idea rompe con la posibilidad de pensar en la construcción de una ciencia “neutral”. Como explica Lazo Cividanes, “la ciencia es, obviamente, un hecho humano y, en tal sentido, tiene una dimensión subjetiva: sea admitido o no, la intuición, la imaginación, los juicios de valor, participan en alguno de los momentos de la construcción del conocimiento científico” (Lazo Cividanes, 2006).

En una línea similar, Larry Laudan, un estudioso de la epistemología moderna, plantea la coexistencia de teorías rivales que pelean por dar una explicación más acabada del universo social. Estas son denominadas por el autor como tradiciones de investigación, que son sistemas de creencias que adopta el científico de manera duradera y persistente para desde allí estudiar el mundo social. El investigador sigue, entonces, el conjunto de teorías que se manejan dentro de la tradición. Una vez hecha esta introducción, Laudan prosigue afirmando que “el objetivo de la ciencia consiste en obtener teorías con una elevada efectividad en la resolución de problemas. Desde esta perspectiva, la ciencia progresa sólo si las teorías sucesivas resuelven más problemas que sus predecesores” (Laudan, 1986: 11). Esta visión dinámica resulta interesante porque pone de manifiesto que no existe una sola cosmovisión de las relaciones sociales, sino que contamos con diversas tradiciones de investigación.

Asimismo, no existe una sola forma de hacer ciencia. En palabras de Alford y Friedland, las perspectivas teóricas (en este caso, tradiciones) diferentes no suelen tener punto de conciliación, sino que compiten por ocupar el lugar de enfoque dominante (Alford y Friedland, 1991). Pero la complicación aquí es, ¿quién puede decir que una es más explicativa que la otra? Según Laudan, la forma de comparar las teorías es ver cuál es más efectiva que otra en la resolución de problemas, tanto teóricos como empíricos. Ya que muchas teorías diferentes pueden resolver el mismo problema, el valor de una teoría dependerá de cuántos problemas resuelva. Así, la “tasa de progreso” es la medida de la rapidez con que una tradición de investigación ha hecho un progreso en la resolución de problemas.

Aquí, esta visión más bien pragmática de Laudan termina opacando su visión más realista (en un sentido concreto) de la no-progresión de la ciencia, ya que se presenta entonces otro interrogante, ¿quién dice que una teoría resuelve un problema mejor que la otra, si reconocemos que el mundo científico está constituido por relaciones de poder, tal como el resto del mundo social? Es decir, ¿quién puede evaluar que ciertas teorías resuelvan mejor algunos problemas que otras, y que una tradición de investigación es más útil que otra? De la misma manera podríamos preguntarnos si Laudan estaría de acuerdo con la idea de que si una teoría se prueba más completa que, por ejemplo, la dominante en la academia, esta última aceptaría su propia crisis (su propia anomalía, según Thomas Kuhn), dejando su lugar a la teoría con mayor tasa de progreso. En estos términos, no parece ser ésta una situación muy posible en el caso de las ciencias sociales. Entonces, el problema principal que se presenta en el análisis de Laudan es que termina concibiendo a la ciencia como separada de la práctica. Es decir, sostiene una concepción más bien a-histórica de las tradiciones de investigación, ya que no parece preguntarse qué hace que algunas tradiciones de investigación sean “destronadas” (Laudan, 1986: 19).

3. La teoría crítica y la aceptación de las contradicciones

La teoría crítica nació a partir de un grupo de intelectuales que en la década de 1920 fundó en la ciudad de Frankfurt el Instituto de Investigaciones Sociales. Este grupo, conocido como la Escuela de Frankfurt, se caracterizó por un seguimiento de los escritos de Marx y por la recuperación del método dialéctico para el estudio de las ciencias sociales[5]. A pesar de las divergencias al interior del grupo, los unía una crítica al carácter supuestamente neutral de la teoría tradicional. Horkheimer en particular remonta hasta Descartes las raíces de la conciencia positivista que permite que las ciencias aparezcan como una empresa “pura”, independientes de los intereses prácticos (Honneth, 1995). Hay en esta Escuela una crítica a la racionalidad instrumental de tipo kantiana que separa medios de fines. Por el contrario, los frankfurtianos sostienen que “los fines y medios no pueden formularse aislados entre sí. La dialéctica no quiere saber nada de que el fin justifica los medios” (Adorno, 2003: 52).

La teoría tradicional encubría entonces el hecho de ser parte del proceso de reproducción del modo de producción capitalista (Muñoz, 2000). Por el contrario, la teoría crítica fue definida como un elemento subvertidor del orden social, o lo que es más, como un elemento más del proceso revolucionario. La Escuela de Frankfurt fundamentó su crítica a la “sociología burguesa” partiendo de la idea de que la misma nació como ciencia rectora de un haz de técnicas de dominación y domesticación del conflicto, del antagonismo. Para cumplir este objetivo, esta sociología se ve a sí misma como una “destreza” estabilizadora, cuyo punto central es la pérdida del primado de la totalidad, es decir, la pérdida de vista de lo existente en su conjunto (Muñoz, 2000). “La totalidad del mundo perceptible, tal como existe para el miembro de la sociedad burguesa y tal como se interpreta en la concepción tradicional del mundo que se encuentra en interacción con aquella, se presenta al sujeto como un conjunto de facticidades; el mundo está ahí y debe ser aprehendido” (Horkheimer, 2000: 34).

A partir de esta base, Horkheimer critica las afirmaciones de Hermann Weyl acerca de la univocidad de la ciencia. Según Horkheimer, “la exigencia fundamental que cualquier sistema teórico debe cumplir consiste en que todas las partes estén enlazadas entre sí sin discontinuidades ni contradicciones” (Horkheimer, 2000). Por el contrario, la Escuela de Frankfurt rescata el método dialéctico como una forma de comprender la sociedad desde la totalidad y sin tenerle miedo a las contradicciones mediante las cuales la historia se mueve, deviene[6]. Es la concepción de Adorno del movimiento constante del pensamiento, la dialéctica como conciencia de la no-identidad (es decir, de lo diferente), de lo que desborda (Holloway, 2005). “Las únicas ideas verdaderas son las que trascienden su propia tesis” (Adorno, 2003: 49). La dialéctica, entonces, “tendría que considerarse como un intento de escapar de la disyuntiva binaria. Es un esfuerzo por rescatar el carácter incisivo de la teoría, y su lógica trascendente, sin entregarla al engaño” (Adorno, 2003: 50).

Frente al enfoque ortodoxo, la teoría crítica, en tanto tradición de investigación, se auto concibe como alternativa teórica a la sociología burguesa, pero siempre alternativa teórica y práctica a la vez. Es decir, la teoría, en tanto conceptualización de abstracciones determinadas (siguiendo el método que Marx expuso en los Grundrisse), debe apoyarse en la práctica, a la vez que ser parte de la propia práctica. Las abstracciones determinadas se construyen en-y-a-través de los fenómenos sociales. Estas tienen una existencia-en-la-práctica. Como marcaría Adorno, la dialéctica negativa exige una práctica emancipadora. “Primero está el trabajo del topo que hace desaparecer lo que parece fuerte y estable. Y luego está el tema práctico y el cuestionamiento práctico de la praxis revolucionaria” (Bonefeld, 2007: 131). Es claro que el topo aquí es la teoría crítica, en tanto ésta es teoría para la emancipación humana.

Quizás uno de los puntos más interesantes del pensamiento crítico es ver la forma en la cual consideran la labor del científico social. Para Horkheimer, el investigador es sólo uno más dentro de los engranajes del trabajo abstracto en la sociedad capitalista. Pero claro, para su trabajo particular existe una demanda real, ya que su práctica es vital para el avance de la tecnología y con ello la implementación de nuevas formas de control y disciplinamiento sobre los trabajadores. Aquí puede verse la transformación del quehacer teórico en una actividad reificada, ideológica. “Una actividad que contribuye a perpetuar la existencia de la sociedad en su forma dada no necesita en absoluto ser productiva, es decir, producir valor para una empresa. Pese a todo puede pertenecer a este orden y contribuir a hacerlo posible, como realmente sucede en el caso de la ciencia especializada” (Horkheimer, 2000: 41).

Entonces, la teoría crítica en tanto pensamiento filosófico se pone al servicio del cambio revolucionario. Esto rompe con la tradición vigente de la ciencia positivista, tal como lo habían hecho los escritos de Marx un siglo antes. Para este enfoque, la actividad teórica debe estar orientada a la emancipación, ya que tiene como objetivo la transformación de la totalidad. No obstante, debe prescindir del carácter pragmático que está implícito en la teoría tradicional, en tanto entiende a la actividad del científico como una profesión socialmente útil, lo cual no es para Adorno más que un “trabajo de oficina denominado investigación”. “Esta alienación, que en terminología filosófica se expresa como la separación entre valor e investigación, saber y actuar, y otras oposiciones, protege al científico de las contradicciones señaladas y dota a su trabajo de un marco fijo” (Horkheimer, 2000: 43).

Sin embargo, el científico de la teoría crítica tampoco está exento de contradicciones. Este estudia en la universidad, pertenece a una academia, escribe para congresos, publica en journals sociales, e incluso vive (en tanto reproduce su propia fuerza de trabajo) de becas que le otorgan el Estado u organismos privados. Claro que esto aparece como una luz de alerta para el quehacer teórico. Pero esta contradicción es insalvable. Es decir, el teórico con actitud crítica no está por fuera del mundo capitalista. Este se encuentra inserto en las relaciones sociales en las que vive; no puede salirse de ellas. El purismo del teórico crítico es imposible, porque desearlo sería caer en la propia trampa del modelo ortodoxo: sería concebir una ciencia separada del mundo, capaz de observar los fenómenos sociales desde un lugar de santidad científica y neutralidad que le otorgan mayor validez a sus estudios. Sin embargo, esta no es la postura que debería adoptar un teórico crítico. Por el contrario, el desafío es pensar teoría aceptando la contradicción pero intentando hacerla explotar, reflexionando sobre ésta en sus escritos, debatiendo al interior de la academia sus propios pensamientos y exponiendo la utilidad del método dialéctico a sus colegas. De alguna manera, la contradicción que él (o ella) lleva en sí mismo es traspasada en el momento en que no olvida su objetivo, el propósito de su propia práctica teórica: la contribución a la emancipación humana a partir de la crítica teórica.

4) Vida y crítica de la Ciencia Política: dando vuelta el punto de partida.

Ahora podemos reflexionar, ¿cómo fue el proceso de construcción de la disciplina de la Ciencia Política? No tenemos intenciones de hacer aquí un análisis histórico riguroso, por cuestiones de espacio. Pero podemos seguir los comentarios de Norberto Bobbio (1998) al respecto, para hacer de ellos una lectura crítica. Así, la Ciencia Política nace primero estableciéndose como una ciencia, es decir, en tanto oposición a doxa, mera opinión. Para ello, intenta aplicar al análisis de los fenómenos políticos las técnicas de las ciencias empíricas. El uso del estudio empírico le habría dado a la Ciencia de la política la capacidad de mantener un nivel importante de objetividad y rigurosidad que no tendría la filosofía política. Esta última sería el estudio orientado deontológicamente, intentando revelar un deber ser. Según Giovanni Sartori, reconocido politólogo italiano, la separación entre filosofía y ciencia política está dada por la aplicabilidad de la segunda (en Bobbio, 1998). En otras palabras, la separación de Ciencia Política de la filosofía política marca un alineamiento de los estudiosos de los fenómenos políticos a la teoría tradicional, tal como se lo ha expresado en este trabajo.

El tema central de nuestro juicio es que la Ciencia Política se basa en el análisis de los fenómenos políticos, tal cual estos aparecen. Pero no hay una búsqueda por rastrear y conocer la esencia de estos fenómenos, o en palabras de Karl Marx, el contenido que moldea esas formas políticas. La Ciencia Política, por el contrario, se orienta al estudio de la manifestación, de las formas en las que se expresan y cristalizan las relaciones sociales. Pero no existe un “ir más allá” de esa apariencia. Entonces, lo que tendría que ser el punto de llegada del análisis se convierte en el punto de partida, en lo que se toma por dado, tal cual es, y no se cuestiona. Así es como las instituciones (de diversos tipos) aparecen como cosas dadas, como incuestionables. Claro, porque cuestionarlo nos lanzaría rápidamente a la arena de la filosofía política, y eso no es ciencia...

Señalábamos entonces que lo importante para los estudiosos de la Ciencia Política es cómo constituir a la Ciencia Política en una ciencia (Cansino, 2006). Es decir, cómo hacer para que sea una disciplina diferenciada de las demás, especialmente de la Sociología y el Derecho. Las preocupaciones epistemológicas viajan desde este tema central hasta la problemática del objeto de estudio (¿existe un único objeto de estudio de la disciplina?) y la amplitud del campo de estudio (¿es sólo en el ámbito del estado, a nivel nacional o internacional?). Pero como explica Cansino (2006), finalmente es el uso consciente del método científico lo que distingue a los politólogos de todos aquellos que escriben de política. Sin el uso de este método, el politólogo pasa a ser nada más que un “comentarista político” (o siguiendo a Sartori, un filósofo de la política).

Tal el camino que emprendió la Ciencia Política, que en los últimos años hasta el mismo Sartori, defensor de la especificidad de la disciplina, reconoce que el método científico terminó convirtiéndose en una “camisa de fuerza” que llevó “a sus cultivadores a ocuparse de asuntos sumamente especializados, factibles de ser demostrados empíricamente pero cada vez más irrelevantes para dar cuenta de lo político en toda su complejidad. De ahí que la ciencia política haya perdido el rumbo” (Cansino, 2006).

4.1) La Ciencia Política argentina analizada desde la teoría crítica.

En el caso de la Argentina, quienes comenzaron a formarse en ciencias sociales a partir de los años cuarenta tendrían la fuerte influencia de la “sociología científica”, una orientación sociológica particular tributaria del estructural-funcionalismo y del empirismo norteamericano. La gran figura de este enfoque fue Gino Germani. Esta corriente predominó en la Argentina hasta finales de los años cincuenta (Guiñazú y Gutiérrez, 1991). Así, la “sociología científica” constituyó una de las bases epistemológicas de la Ciencia Política argentina. En primer lugar, porque instituyó una verdadera “escuela” en la que se formaron generaciones completas de profesionales. Segundo, la convulsión social vivida a fines de los sesenta orientó los estudios de la sociología hacia la problemática del poder y del estado, temas considerados “naturales” de la Ciencia Política. Pero justamente esa realidad social cambiante ponía en tela de juicio las teorías que se intentaba introducir desde la Ciencia Política norteamericana, basada en modelos sistémicos de tendencia al equilibrio y la estabilidad (por ejemplo a partir de David Easton). “La teoría no podía aprehender satisfactoriamente los convulsivos procesos de cambio que tenían lugar en el país” (Guiñazú y Gutiérrez, 1991: 52).

Al regreso de la democracia, los politólogos se dedicaron casi exclusivamente al estudio de la transición democrática. A partir de allí se despertaban nuevos problemas para la disciplina. Leiras, Abal Medina y D´Alessandro (2005) enumeran esos problemas de la siguiente manera. Primero, la juventud de la disciplina, lo cual dificulta “emitir un juicio profesionalmente fundado y creíblemente imparcial sobre temas políticos” (2005: sin dato de página). Segundo, la Ciencia Política tiende a ser asociada con la actividad partidaria y a ser imaginada como la "ciencia para ganar elecciones", mientras que otras veces se la concibe como la "ciencia para gobernar bien", inspirando de este modo a quienes preferirían una tecnocracia benévola a las actuales democracias. Tercero, la Ciencia Política parece no ser capaz de dar respuesta acerca de las áreas que más preocupan a la ciudadanía argentina en la actualidad (el desempleo, la desigualdad, la inseguridad pública). Esto sería particularmente porque “nuestras herramientas conceptuales más poderosas sirven, sobre todo, para el análisis institucional” (2005: sin dato de página).

Veamos escalonadamente estos problemas que se le presentaban (y aún se presentan) a la joven disciplina. Primero, los autores señalan la necesidad de lograr una ciencia que pueda brindar un juicio imparcial y profesional. Pero aquí sostenemos que esta aspiración tiende a no considerar al intelectual como sujeto que es parte de la sociedad que está estudiando. ¿Es posible que la disciplina que estudia lo político y la política sea neutral? En este trabajo hemos fundamentado que eso no es probable, y tampoco debería ser deseable. Por supuesto, esto no quita que la mayoría de los estudios políticos se auto-proclamen imparciales. Pero lo que este posicionamiento oculta es que eligiendo un cierto método científico están ubicándose dentro de la ciencia empírica, más allá de que no tomen posición por un partido, grupo o alguno de los sujetos analizados.

Segundo, aparece el inconveniente de que nadie sabe qué es la Ciencia Política, ni cuál es su utilidad. Probablemente, podemos pensar en este trabajo que esto tiene que ver con la “juventud” de esta disciplina. Pero, ¿cuál es el propósito específico de establecer una ciencia que estudie lo político? Es decir, ¿para qué separar a la Ciencia Política del derecho, siguiendo la historización de Bobbio (1998)? Probablemente aquí podemos responder esta pregunta prosiguiendo lo planteado anteriormente sobre la argumentación de Laudan: la necesidad de dar respuesta a ciertos interrogantes y problemas que el derecho no podía responder, y que la sociología, en su especificidad, no podía abordar. Aparecieron de esta manera problemas prácticos que no podían ser resueltos desde las otras disciplinas. Pero entonces, al separar el estudio de la política, y crear una nueva disciplina, se intentó que la misma se consolidara como una “ciencia pura” en el sentido que plantea Adorno (2006). Apareció la necesidad de justificar esta escisión disciplinaria encontrándole un objeto de estudio específico (principalmente, el estado y el poder político). Al tratarse justamente de una disciplina “nueva”, ésta debe mostrar su “utilidad” (en la línea de Laudan), y aportar algo distinto, diferenciándose así del resto. Pero en definitiva, la constitución de disciplinas cada vez más específicas y tecnificadas lleva a una mayor división del trabajo científico, a una creciente separación disciplinaria. Esto tiende entonces a segmentar en lugar de totalizar. En otras palabras, el proceso de escisiones que provoca el capitalismo entre sujeto y objeto, entre productor y medios de producción (y subsistencia), se manifiesta nuevamente en la división entre teoría y práctica y la profundización de la división del trabajo manual e intelectual. A su vez, dentro del trabajo intelectual, la sociedad, que es cosificada (objetivada) en este modo de producción, es tomada como tal en los estudios teóricos de la teoría tradicional. Es decir, se profundiza la objetivación de las relaciones sociales. Así, para la Ciencia Política, las relaciones entre las personas aparecen como relaciones entre cosas, principalmente a partir de las instituciones. El problema aquí es que esta disciplina no genera una autocrítica sobre este proceso cosificante, sino que, por el contrario, lo toma por dado, e incluso lo ahonda. Podríamos decir que esto es parte de la fetichización de la ciencia (Adorno, 2006), ya que se trata de una Ciencia Política que no pretende ser otra cosa más que Ciencia Política.

En definitiva, la especialización a partir del uso del método científico del empirismo, de la teoría tradicional, ha convertido al estudio de lo político en una “destreza”, típica de la “sociología burguesa”, como la llama Horkheimer (2000). Habíamos dicho en los apartados anteriores que esto es por la pérdida del primado de la totalidad. Asimismo, la explicación teórica y el deseo de generar predicciones han convertido a la Ciencia Política en una ciencia de la explicación lineal: se evita pensar la contradicción de las relaciones sociales y políticas. Esto es porque la contradicción nos obliga a ver que los aconteceres sociales no son aprehensibles, ni pueden ser previstos ni controlados.

Esto se vincula directamente con el tercer argumento, el cual marcaba que la Ciencia Política parece no poder dar respuestas a los problemas actuales de la sociedad. Esto se revela como evidente cuando seguimos el razonamiento esbozado con anterioridad. Esto es porque el marco de análisis de esta disciplina puede dar cuenta principalmente de las instituciones políticas (recordemos, “nuestras herramientas conceptuales más poderosas sirven, sobre todo, para el análisis institucional”, reconocían Leiras, Abal Medina y D´Alessandro). En este marco, se dificulta la vinculación de las instituciones con problemáticas que serían claramente definidas como parte de otros campos de estudio, como los niveles de desempleo (la economía) o la criminalización de la protesta social (la sociología). Para esta concepción de la ciencia, las instituciones son entonces el punto de partida, no el de llegada. En este sentido, teniendo en mente la escisión que sostiene la teoría tradicional, es imposible dar cuenta de los procesos esenciales de la sociedad capitalista a partir de sus manifestaciones o su apariencia (Adorno, 2005). Esto es porque cualquier explicación que vincule los diferentes aspectos de la totalidad social aparece ante los ojos de los autores clásicos de la Ciencia Política (como Sartori) como filosofía política, como mera especulación deontológica.

Pero la teoría crítica no tiene miedo de la filosofía política. Por el contrario, como señala Horkheimer, la teoría crítica de la sociedad, a diferencia de las ciencias especializadas, ha seguido siendo filosófica aun en la crítica de la economía política. ¿Por qué? Porque la teoría crítica no busca simplemente la ampliación del saber (en tanto acumulación de conocimiento), sino que está en el camino de la emancipación de los hombres de las relaciones que los esclavizan (Horkheimer: 2000: 81). Y para ello, la crítica debe ser a la sociedad en su conjunto, como totalidad. Esto es, una concepción dialéctica de la sociedad (Adorno, 2006: 58).

5. El desafío de volver crítica la teoría

La ciencia social está en crisis. ¿En qué sentido? En que las teorías expresan hoy la crisis existente en la sociedad, a partir de la desarticulación del todo social (Psychopedis, 1994). Si bien esta desarticulación es una determinación del modo de producción capitalista, la reconstrucción de la totalidad social puede ser realizada teóricamente a partir de la crítica. Lo que sucede es que este movimiento teórico de crítica implica una reconstrucción a partir de las propias relaciones sociales determinadas históricamente, y no un estudio de los sujetos sociales in abstracto, siguiendo un formato de tipo weberiano. Construir teoría crítica significa conceptualizar desde la contradicción del todo social, abordando los puntos de tensión y antagonismo (Bonefeld, 2007), y no buscando la univocidad de los hechos.

De alguna manera, las teorías que hoy siguen discutiendo sobre su propia racionalidad y objetividad son aquellas que Ana Dinerstein y Michael Neary incluyen en la “des-utopía” de las teorías (Dinerstein y Neary, 2002). Mientras que el capitalismo destruye (literalmente) el planeta tierra, todos aquellos enfoques que plantean hoy la construcción de una nueva utopía son catalogados de ingenuos o románticos. En todo caso, no es cuestión de ver cuántos problemas potenciales resuelve cada teoría (como señalaba Laudan) para ver cuál es más apta, y cuál se impone sobre las demás, sino que aquí hablamos de una teoría social que aborde la necesidad concreta de evitar la devastación del mundo a la que una forma particular de relaciones entre los hombres y mujeres lo han llevado. Es decir, las relaciones sociales capitalistas. Como metafóricamente pone en palabras John Holloway (2006), si pensáramos al mundo como una habitación que lentamente cierra sus paredes sobre nosotros, amenazando con aplastarnos en el corto plazo, ¿cuál sería nuestro accionar?, ¿reorganizar los muebles de la habitación?; ¿o buscaríamos las grietas que pueda haber en los muros para evitar que éstos se cierren sobre nosotros? En este sentido, la búsqueda de una nueva utopía en las relaciones sociales necesariamente necesitará de teorías que puedan dar cuenta de manera crítica la transitoriedad de las formas sociales. Evidentemente, hacer este tipo de análisis significa explorar la contradicción que hay en las luchas dentro-contra-y-más-allá del capital.

Entonces, los jóvenes graduados que pretenden dedicar su vida a la investigación social se encuentran frente a un dilema. Podríamos decir sin duda que se trata de un dilema moral. ¿Cuál camino tomar?, ¿la adaptación al sistema académico, con sus reglas y limitaciones?, ¿o intentar que la propia práctica científica colabore en el camino de la emancipación de los hombres y mujeres? Sin duda, esto es mucho más que una opción científica, sino que se trata en realidad de una opción de vida.

Finalmente, podemos señalar que el problema que se nos presenta como jóvenes politólogos es que al intentar realizar un estudio que reconozca la contradicción, y de cuenta de la totalidad de las relaciones sociales, nos apartamos de la Ciencia Política en sentido estricto. Es decir que analizar el actual estado de cosas desde la teoría crítica nos sumerge inmediatamente en un limbo disciplinar. ¿Qué somos? ¿Somos politólogos? ¿Somos sociólogos? ¿Somos economistas? ¿O simplemente somos filósofos? La teoría tradicional nos fuerza a la identificación, a la clasificación. Nos obliga a decir “soy politólogo, no tengo nada que ver con el economista, porque yo estudio instituciones políticas”. Pero esa fragmentación sólo colabora a que el mismo trabajo intelectual sea un mero trabajo más, dentro del trabajo abstracto en el capitalismo. Por eso, él teórico crítico tiene como desafío sostener frente a la academia que es politólogo, sociólogo, economista, filósofo... En definitiva, somos todo eso y mucho más.

Bibliografía:

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· Cansino, César 2006 “Adiós a la ciencia política; crónica de una muerte anunciada”, recurso de Internet, en ‹www.metapolitica.com.mx›

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  • Holloway, John 2006 Contra y más allá del capital (Buenos Aires: Ediciones Herramienta).
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  • Horkheimer, Max 2000 Teoría tradicional y teoría crítica (Buenos Aires: Paidos).
  • Laudan, Larry 1986 (1977) “El progreso y sus problemas. Hacia una teoría del crecimiento científico” (Madrid: Ediciones Encuentro).
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[1] Datos extraídos de ‹http://www.unesco.org›

[2] Según la Declaración del Llamado Mundial a la Acción contra la Pobreza, realizado en el último Foro Social Mundial en Nairobi (Kenya), “En los albores del siglo XXI, más de mil millones de personas están atrapadas en la más absoluta pobreza. Nos enfrentamos a la emergencia del SIDA, con más de 40 millones de personas ya infectadas por la enfermedad. Ciento cuatro millones de niños, fundamentalmente niñas, no asisten a la escuela primaria. En muchos países pobres, la muerte de las madres en el momento del parto o de niños a edad temprana es una rutina. Los Gobiernos están fracasando en sus medidas para enfrentar la pobreza. La ayuda internacional es inadecuada, tanto en calidad como en cantidad. Las promesas de cancelación de la deuda externa no se han materializado. Esta pobreza es una violación de los derechos humanos a escala masiva; está agravada por la injusticia del comercio que mantiene a la gente en la pobreza”. En ‹http://www.whiteband.org/GcapSpecials›

[3] Un ejemplo se encuentra en el tercer informe presentado por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, el cual se refiere a “que la temperatura promedio del planeta, posiblemente sufra un incremento de 1.4ºC a 5.8ºC en el período 1990 - 2100, esto representaría un nivel de calentamiento de 2 a 10 veces mayor que el valor medio correspondiente al siglo XX, hecho sin precedentes al menos durante los últimos 10,000 años. Estos incrementos de temperatura son mayores que los proyectados en el Segundo Informe de Evaluación del IPCC, 1995 (de 1.0ºC a 3.5ºC). Tal incremento de temperatura hará que los glaciares aumenten su ritmo de retirada durante este nuevo siglo lo cual inevitablemente hará que el nivel del mar promedio global aumente en 0.09 m - 0.88 m entre los años 1990 y 2100”. En ‹http://www.soberania.org›

[4] Nos referimos aquí a la distinción establecida por los intelectuales de la llamada Escuela de Frankfurt, visto en especial en Max Horkheimer en su obra Teoría tradicional y teoría crítica (2000).

[5] El programa de investigación de la teoría crítica se basaba en un marco de “marxismo interdisciplinario”, que pretendía “dar cuenta tanto del funcionamiento de una sociedad capitalista que había sufrido transformaciones estructurales como de las nuevas formas de control social que dicha sociedad desplegaba” (Gómez, 2007: 147).

[6] Aquí hablamos de “método” dialéctico, pero sabemos que la palabra método no es la mejor forma de expresar su significado. Por otra parte, no todos los miembros de la Escuela sostenían de igual forma el estudio dialéctico de la sociedad. Así, Adorno daría un paso más al describir la dialéctica negativa, que podría interpretarse como un estadío más desarrollado de la teoría crítica.

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