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Grietas en el bloque occidental
Raúl Zibechi
ALAI AMLATINA, 19/03/2010.- La crisis financiera y económica de 2008 está modificando el mapamundi. Al sacudón inicial sucede un lento pero persistente reacomodo del tablero global, que muestra un serio deterioro del poder de la otrora única superpotencia. Turquía, Alemania, Japón y Brasil toman distancias, y comienzan a tejer nuevas alianzas.
Las ondas concéntricas que formó la crisis con epicentro en Estados Unidos, van alcanzando, con diferente intensidad, a cada región. En algunos casos se trata apenas de pequeñas olas -como se jactara un año atrás el presidente de Brasil- pero en otros esas ondas tienen la potencia de fuertes marejadas, capaces de destruir viejas alianzas y abrir el juego a nuevos actores. La década que recién comienza promete grandes cambios, algunos de los cuales ya se avizoran.
El caso más notable, y en el que todos los observadores coinciden, es el vigoroso ascenso de China como única potencia capaz de desplazar a los Estados Unidos. A la vez se suceden otros cambios menos visibles, no tan contundentes, pero que representan cargas de profundidad al sistema de alianzas en el que se asentó la hegemonía occidental en el último medio siglo, o sea desde que en 1945 finalizó la Segunda Guerra Mundial.
Alemania profundiza su alejamiento de Washington y se acerca a Rusia; Turquía hace lo mismo, pero también se aleja de Israel, y se aproxima a Siria e Irán; Japón entra en colisión con la política militar del Pentágono y tiende la mano a China. Más aún: sectores de la Unión Europea piden el ingreso de Rusia a la OTAN y Brasil ya tiene un verdadero conflicto con la Casa Blanca. Según todos los datos, esto es apenas el comienzo de un profundo reajuste que no dejará nada en su lugar. Un ejemplo: el reciente ataque especulativo de los hedge funds al euro ha provocado una creciente desconfianza de los europeos hacia Wall Street, al punto que Alemania y Francia se plantean crear el Fondo Monetario Europeo.
Turquía despierta
Durante la guerra fría Turquía fue el principal aliado de occidente en Medio Oriente (junto a Israel), cuya misión asignada y aceptada consistía en contener a la Unión Soviética. La presencia militar estadounidense en Turquía siempre fue un elemento considerado estratégico por el Pentágono. Este papel comenzó un lento deshielo desde que en el 1989 se derrumbó la Unión Soviética y desaparecieron así las amenazas provenientes del este que mantuvieron al país amarrado a Washington. En los últimos meses este proceso se aceleró al punto de constituir “la más profunda revisión efectuada por Ankara desde su entrada a la OTAN en 1952”*.
El ataque israelí a la Franja de Gaza en diciembre de 2008 fue, según el GEAB, el acontecimiento que aceleró el cambio de orientación turco. Luego vino la decisión de revocar la autorización a la aviación israelí para realizar entrenamientos en el espacio aéreo turco. En octubre de 2009 Ankara rechazó la participación de Israel en maniobras de la OTAN y anunció la realización de maniobras conjuntas con Siria.
Si lo anterior significa un cambio a contramano de lo que Estados Unidos espera de un aliado, las cosas fueron más lejos cuando el primer ministro turco, Recep Erdogan, se definió públicamente como amigo del presidente iraní Mahmoud Ahmadinejad, sellando la negativa a acompañar las sanciones a Irán por su programa nuclear. Las crecientes dificultades para el ingreso de Turquía en la Unión Europea es otro punto de fricción con los países occidentales. Las condiciones de la UE para aceptar la adhesión han sido mal recibidas en Turquía, tanto por el gobierno como por una opinión pública sensible a cualquier intromisión foránea, ya que se va abriendo paso la percepción de que son rechazados por los europeos.
El último conflicto se desató a comienzos de marzo cuando la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes aprobó una declaración que califica de “genocidio” las masacres de armenios durante el Imperio Otomano. La resolución irritó al gobierno turco porque, en su opinión, demuestra que el gobierno estadounidense “no insistió suficientemente” en sus esfuerzos para impedir su adopción. El ministro de Relaciones Exteriores turco, Ahmet Davutoglu, agregó que su gobierno estaba “sumamente afectado” (AFP, 5 de marzo). Los armenios presionan en Estados Unidos para que sean reconocidas como “genocidio” las masacres y deportaciones en las que más de un millón y medio de armenios perdieron la vida entre 1915 y 1917. Por su parte, Turquía reconoce la muerte de 300.000 a 500.000 personas, pero alega que no fueron víctimas de una campaña de exterminio sino del caos de los últimos años del Imperio Otomano. La polémica está servida y la Casa Blanca no podrá conformar a ambas partes, en tanto Hillary Clinton aseguró que “trabajaremos muy duro” para evitar que el proyecto llegue al plenario de la Cámara de Representantes.
Este viraje de Turquía fuera del campo occidental sucede mientras gobierna un partido religioso, el AKP, y se debilita el poder de los militares, que siempre fueron el sector más pro-occidental del país. En febrero fueron detenidos 67 altos mandos militares, de los cuales 31 han sido enviados a prisión provisional, acusados de haber tramado un golpe de Estado en 2003, un año después de que fuera elegido el actual gobierno.
Alemania y Japón
A fines de febrero el ministro alemán de Relaciones Exteriores, Guido Westerwelle, pidió a Estados Unidos que retire las armas nucleares que mantiene en ese país (Der Spiegel, 25 de febrero). El ministro alemán siguió los pasos de Noruega, Bélgica, Holanda y Luxemburgo, que enviaron una misiva el secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmusssen, para que la próxima conferencia del organismo discuta la desnuclearización de Europa.
Alemania alberga 20 de los 200 misiles nucleares que el Pentágono tiene estacionados en Europa. Aunque Westerwelle viene solicitando desde hace algunos meses una medida de ese tipo, algunos analistas estiman que trata de utilizar el tema para sintonizar con una opinión pública que desde hace años rechaza las armas nucleares y exige vehementemente su retirada. Sea como fuere, hay dos hechos incontrastables: Alemania consolida su autonomía de Estados Unidos, algo que viene aconteciendo desde que el canciller Willy Brandt lanzó a comienzos de la década de 1970 la Ostpolitik para afianzar relaciones pacíficas con la Unión Soviética. Esa autonomía fue más visible aún cuando Alemania, Francia y Rusia se negaron a acompañar en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas a Estados Unidos en su escalada para invadir Irak, en 2003. El segundo, es la dura reacción de Washington. Una vez más correspondió a la señora Clinton llamar las cosas por su nombre: “Este mundo peligroso aún necesita la disuasión”, dijo, y pidió que “no haya ninguna medida precipitada que la socave”.
Un paso más lo están dando Alemania y Francia (ambos con gobiernos conservadores) al proponer a la Comisión Europea la creación de un Fondo Monetario Europeo, como reacción ante el feroz ataque especulativo de Wall Street contra Grecia y España (Le Monde, 8 de marzo). Fue el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble quien vinculó el tema a al estabilidad del euro, aclarando de modo muy significativo que “la zona del euro es capaz de solucionar sus problemas por sí sola”, rechazando la intervención del FMI.
El contencioso entre Estados Unidos y Japón es más reciente pero puede afectar toda la arquitectura de la superpotencia en el Pacífico. El 31 de marzo el Partido Demócrata desplazó al Partido Liberal por vez primera en 55 años. Washington perdió un aliado, algo que fue visible cuando el nuevo primer ministro, Yukio Hatoyama, encaró de forma diferente el viejo litigio sobre las bases estadounidenses en Okinawa.
Hasta ese momento se venía negociando un acuerdo por el que se pudieran transferir parte de las tropas estacionadas en la isla de Okinawa a Guam, y reubicar la base en otra zona de la misma isla. Sin embargo el gobierno de Hatoyama pide, sin vueltas, que todas las tropas se retiren. El contencioso se fue agriando cuando salieron a la luz, esta última semana, datos que revelan que el Partido Liberal y Estados Unidos tenían pactos secretos que violaban las leyes japonesas y engañaron a la opinión pública.
En efecto, la Constitución nipona establece -como consecuencia de las tragedias de Hiroshima y Nagasaki- los principios de no poseer, no producir y no permitir armas nucleares. Una comisión especial del Ministerio de Relaciones Exteriores acaba de difundir que hubo acuerdos para que, por ejemplo, los barcos estadounidenses con armamento nuclear pudieran entrar en puertos japoneses, ya que en los años 60 y 70 el gobierno mantuvo un programa nuclear secreto con Estados Unidos que le permitía a ese país trasladar armamento atómico por el territorio nacional sin necesidad de una consulta previa.
Lo grave es que esos acuerdos fueron negados durante décadas por los gobiernos pro estadounidenses. La revelación de estos documentos, “puede tensar aún más las degradadas relaciones bilaterales con Estados Unidos” (La Vanguardia, 10 de marzo). La señora Clinton se mostró molesta con Japón y dijo que su país no está dispuesto a modificar los acuerdos militares. Para empeorar las cosas, Hatoyama hizo un llamado para la creación de la Comunidad de Asia Oriental, incluyendo a China, Corea del Sur y Japón, pero sin Estados Unidos. Sin duda habrá marchas atrás y al costado, pero parece evidente que Japón ya no volverá a ser un fiel e incondicional aliado del Pentágono en la región más caliente del planeta. Immanuel Wallerstein evalúa los pasos dados por alemanes y japoneses: “Mientras Alemania y Francia se acercan a Rusia, y Japón y Corea del Sur se acercan más a China, Estados Unidos ya no puede contar, de ningún modo, con las dos rocas sólidas sobre las cuales construyó su estrategia geopolítica como potencia (alguna vez hegemónica) del sistema-mundo” (La Jornada, 10 de enero).
Brasil ahonda la crisis
La profundidad de la crisis en curso debilita el papel de Estados Unidos en el mundo, a tal punto que toda la red de alianzas tejida desde 1945 está haciendo ruido. Los crujidos se escuchan en los rincones más inesperados del planeta, y aunque no tienen la envergadura de los tres casos detallados arriba, merecen un seguimiento para confirmar un crecimiento de la tensión en las relaciones internacionales. Cuatro sucesos recientes confirman que vivimos en un mundo más inestable.
La reciente visita del vicepresidente Joe Biden a Israel muestra un distanciamiento sin precedentes entre ambos aliados. Biden viajó para entrevistarse con Benjamín Netanyahu y convencerlo de instalar una mesa de negociaciones con los palestinos, ya que Barack Obama considera que la resolución del conflicto en Medio Oriente es la pieza calve en su objetivo de mejorar las relaciones con el mundo árabe. Pero Biden fue recibido con la noticia de la construcción de 1.600 nuevas viviendas en Jerusalén Este. En contraste, Lula consiguió impactar en su reciente visita a Israel, cuando no sólo se mantuvo firme en su condena a cualquier ataque contra Irán sino9 que se mostró como posible “puente” en el conflicto como señala Pepe Escobar (Asia Times, 18 de marzo).
Pese a que Biden y Netanyahu son amigos desde hace dos décadas, la Casa Blanca consideró la noticia como una ofensa, al punto que Obama lo tomó como un insulto personal. La pequeña venganza de Biden fue llegar una hora y media tarde a la cena con el primer ministro israelí. Es improbable que las cosas vayan más lejos, en vistas de la potencia del lobby judío en Estados Unidos, pero en el Congreso no son pocos los que creen que ha llegado la hora de iniciar un “procedimiento de castigo” contra Israel (El País, 12 de marzo).
El 8 de marzo cuatro importante personalidades alemanas publicaron una carta abierta en varios medios exigiendo el ingreso de Rusia en la OTAN. Se trata de Rühe Volker, ministro de Defensa de 1992 a 1998, el general retirado Klaus Naumann, ex presidente del Comité Militar de la OTAN, el embajador Frank Elbe, director de Planificación en la cancillería, y el vicealmirante y ex director del Planificación de la Defensa, Ulrich Weisser. Estiman que la OTAN necesita a Rusia para resolver los problemas en Afganistán y Oriente Medio y para garantizar la seguridad energética (Der Spiegel, 8 de marzo). Este posicionamiento colectivo refuerza la percepción de la dirección que están tomando los intereses alemanes y, por añadidura, franceses.
Las relaciones entre China y Estados Unidos no dejan de deteriorarse por motivos militares, económicos y políticos. Luego del cuestionado encuentro entre Obama y el Dalai Lama, Washington anunció la venta de un paquete de armas a Taiwán valorado en 6.400 millones de dólares mientras Beijing anunciaba represalias a las empresas involucradas. En todo caso, lo más significativo es una viraje en la política china de compra de bonos del Tesoro estadounidense, que se traduce en la venta 45.000 millones de dólares de esos títulos en los últimos cinco meses.
Diario del Pueblo, órgano del partido Comunista, fue muy claro en su edición del 24 de febrero. “La cuantiosa deuda y el déficit presupuestario del gobierno estadounidense, sólo pueden controlarse con la emisión de dólares, lo que llevaría a la devaluación de los activos denominados en esa moneda”. Hasta fines de 2009 China era el principal tenedor de bonos estadounidenses, lugar que ahora ocupa Japón. El periódico estima que con una deuda del 90 pro ciento del PIB y un déficit fiscal cercano al 11 por ciento del PIB, los inversores están “secuestrados” por el dólar. Para romper esa situación, “China debe acelerar el tránsito hacia la internacionalización de al moneda china, el renminbi, reducir su demanda de dólares y el coeficiente de dólares en sus superávits de pago, para aliviar así la creciente presión económica derivada de la influencia que ejerce el desequilibro externo del país”.
Por último, las relaciones entre la Casa Blanca y Brasil se vienen deteriorando mes a mes, como lo atestigua la reciente visita de la señora Clinton al presidente Lula. Los puntos en disputa son muy variados y algunos han estado en el tapete en los últimos meses: las sanciones a Irán, la reconstrucción de Haití, la democracia en Honduras, las bases en Colombia y la disputa comercial. Lula fue muy claro y dijo que imponer sanciones a Irán puede ser perjudicial para el diálogo con ese país y a la vez defendió el derecho de cualquier país de enriquecer uranio al 20 pro ciento como autoriza el Tratado de No Proliferación Nuclear. En todo caso, fue uno de los temas más espinosos en la agenda. El otro es la decisión de Brasil de aplicar sanciones comerciales a Estados Unidos por 560 millones de dólares, por subvenciones a sus productores de algodón. El canciller Celso Amorim dijo que Brasil prefiere no ingresar en la vía del contencioso legal, pero que el país “no se va a doblar” ante naciones más fuertes. Pero el mensaje va mucho más allá: Estados Unidos no está en condiciones de imponer su voluntad en la región, que alguna vez fue su patio trasero.
* “El despertar de Turquía: la progresiva salida del campo occidental”, GEAB No. 39, del Laboratorio europeo de Anticipación Política, 17 de noviembre d 2009.
- Raúl Zibechi, periodista uruguayo, es docente e investigador en la Multiversidad Franciscana de América Latina, y asesor de varios colectivos sociales.
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