Por Jorge Sanmartino, Cristina Ponce
y Agustín Franchella,
integrantes de la Corriente Praxis.
La noticia sobre la muerte de Daniel, ha sido sorpresiva y dolorosa. Conocimos a Daniel personalmente recién en el 2006 en una visita que hizo a la Argentina y Chile, aunque desde tiempo atrás mantuvimos correspondencia. Pero sobre todo, leíamos con avidez sus libros y artículos. Para nosotros, que durante mucho tiempo nos alimentamos de un marxismo empobrecido y un poco árido que adquirió el clima intelectual de la izquierda política en Argentina durante los últimos 20 años, los textos de Daniel fueron un manantial fresco y vivificante para nuestra sed de respuestas que no lográbamos encontrar a nuestro alrededor. Un puente a lecturas y pensamientos que dejaron su sello en todos nosotros. Un eslabón intelectual insoslayable en nuestra propia evolución. A Daniel lo recordamos como uno de los marxistas más creativos y sugerentes, y de gran belleza de estilo, con sus frases lapidarias, sus síntesis hirientes, su verseo matemático.
Desde el 2004 en nuestros grupos de estudio la emprendimos con Marx Intempestivo, que nos ofreció otra manera de pensar la historia, el tiempo, la revolución. Su recuperación de Gramsci fue para nosotros una sorpresa y un entusiasmo, tan útil en nuestras costas y a veces tan olvidado en el viejo continente. La figura de aquel sardo diminuto junto a la de Walter Benjamin, ofrecía un tiempo quebrado, no lineal, pero que no era aparición milagrosa, sino el fruto de una construcción permanente, continua, paciente.
No fue sólo un intelectual comprometido, sino un militante entero, desde principio al fin, entregado a la causa revolucionaria en una Francia que no siempre lo acompañó. Su firmeza, su convicción “a contrapelo” de las tendencias de moda, no lo llevó, sin embargo, a atrincherarse en un dogmatismo estéril. Predispuesto siempre a la novedad de lo contemporáneo, supo recrear un marxismo abierto, rescatándolo de la fosilización y la esterilidad sectaria y poniéndolo en comunicación fecunda con otras disciplinas e ideologías. Si algo lo caracterizó como teórico, fue el haber empalmado como él mismo recordaba, con lo que Ernest Bloch llamó “la corriente cálida del marxismo”, rechazando las frías aguas del determinismo economicista, las fórmulas muertas y vacías y reestableciendo la utopía socialista como el horizonte realista de nuestro tiempo. No hizo un fetiche de las “fronteras de familia”, y su diálogo con intelectuales como Alan Badiou y otros lo demuestra. Sabía como pocos que la peor “resistencia intelectual” es aquella que se niega a comprender las nuevas condiciones del mundo y junto a los compañeros de la LCR emprendió la ardua tarea de repensar las condiciones actuales de la realización comunista. Los problemas derivados del autoritarismo estalinista, la revalorización de un socialismo democrático y genuinamente libertario, la nueva configuración espacial y de poder en una nueva dialéctica de lo local, lo regional y lo mundial que él llamaba “escala móvil de espacios estratégicos”, la exigencia de audacia política como la plasmada en la formación del NPA, la comprensión que nos mostró a la hora de captar la profundidad de procesos como la Venezuela de Chávez y la Bolivia de Evo Morales, experiencias atípicas, que se salen de las “normas” de la revolución, procesos “desviados” del manual, con sus contradicciones, límites y posibilidades, tan difíciles de entender para muchos europeos (¡y para no pocos compatriotas argentinos!).
A la idea pascaliana de la apuesta que nos recuerda Michael Löwy, quisiéramos agregar aquella sobre el espíritu de la utopía como conocimiento de las metas. Daniel fue un profundo utopista porque fue un profundo realista y, al igual que Gramsci recordaba en Maquiavelo esa fusión entre pasión y razón, nosotros recordamos en Daniel ese espíritu de utopía argumentada, de manifiesto heroico, sin el cual el socialismo no dejaría de ser un frío cálculo y no podría penetran el corazón de todo un pueblo.
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